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(Foto Cheo Pacheco)
JOSE RUBICCO HUERTAS
EL UNIVERSAL
En una metrópoli como Caracas, volcada casi que por
entero al Mundial, el partido de Brasil no fue la excepción.
Sólo que esta vez, por la hora y el día, la ocasión
fue propicia para verlo junto a los seres queridos, pues es
una costumbre aprovechar los domingos para compartir en familia.
Muchos incluso hicieron un alto en la celebración
del Día del Padre para acercarse a los distintos lugares
y también centros comerciales, con el ánimo de
ver el llamado "jogo bonito" de la canarinha.
Al Instituto Cultural BrasilVenezuela, de La Castellana,
llegó el carnaval. Al ritmo de la samba, de las garotas
vestidas de verde y amarillo, todos estaban preparados
para ver el partido. Había mucha energía positiva,
porque para los brasileños cualquier motivo es excusa
para armar una fiesta. Llevan la música y el ritmo
en la sangre.
En un rincón, Fernando Sosa, con su pequeño
Sebastián de 2 años en sus hombros y junto
a su esposa Patricia se mantenían expectantes.
"Me lo traje casi obligado", dijo Patricia en relación
a su pareja. "El quería ir directo para Galipán,
a almorzar, pero yo le dije qué va, vamos a ver
el partido antes. No podemos perdernos la fiesta",
añadió la joven nativa de Río de Janeiro.
La pelota comenzó a rodar y todos siguieron
atentos las incidencias, porque aspiraban a que
no se repitiera la historia del primer partido,
donde apenas marcaron un gol. Querían ser testigos
de muchos tantos, de la fantasía de Ronaldinho,
la definición de Ronaldo, el coraje de Kaká.
De vez en cuando, con un ataque fallido de la
canarinha, sonaban los tambores, los pitos, las
cornetas y demás instrumentos de la samba,
como queriendo darle ánimo al equipo desde
un sitio tan lejano.
Al concluir la primera parte, mientras los
jugadores brasileños eran abucheados en
el estadio, aquí los parciales del equipo
bailaban hasta el cansancio. El marcador estaba
inamovible pero festejaban cual goleada de marca
mayor. Hasta el pequeño Sebastián
intentaba tararear una canción, mientras
que su padre lo balanceaba de un lado a otro.
La calma llegó con el comienzo de la
parte de complemento, pero sólo duró
unos minutos. Se transformó en euforia
con el gol de Adriano.
Arrancó la música contagiosa,
el júbilo, un júbilo que se vio
colmado con el tanto de la puntilla, el
de Fred.
Aunque para los más técnicos
Brasil de nuevo no convenció con
su demostración, pese a haber clasificado
a octavos de final, aquí disfrutaron
la victoria a más no poder.
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