Alemania y Argentina protagonizarán el choque más parejo en cuartos, la reedición de las finales de 1986 y 1990. Es difícil aventurar un pronóstico, aunque los alemanes tienen un leve favoritismo, pues son locales, cada vez el equipo se muestra mejor acoplado y además el entrenador Jurgen Klinsman cuenta con todas sus piezas
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JAVIER BRASSESCO
EL UNIVERSAL
"El Papa es alemán pero Dios es argentino. ¿Quién
cree usted entonces que ganará el partido?" La pregunta
se la hizo un periodista argentino a Jurgen Klinsmann, pero
el entrenador alemán no contestó, se limitó
a sonreír. No hay respuesta posible.
Ni siquiera la Federación Alemana de Astrólogos
(esa institución existe, no es ningún chiste)
parece estar segura: "El horóscopo muestra que hay
una leve ventaja para Alemania, pero Argentina también
tendrá unas buenas fases de juego". Sí pero no,
puede ser pero quién sabe. Ni los astros están
seguros.
¿Y qué pasa si en vez de los astros consultamos
la historia? Los dos equipos se han enfrentado 16 veces,
con siete victorias argentinas, cinco alemanas y cuatro
empates. Bien, pero en los Mundiales los germanos tienen
la delantera, con dos victorias, una derrota y un empate.
Hay un dato escalofriante: desde que el 7 de octubre del
año 2000, cuando ganó 1-0 a Inglaterra, jamás
Alemania le ha ganado a ningún equipo que haya sido
campeón del mundo, y acumula desde entonces diez
derrotas y seis empates. Muy bien, pero esa estadística
puede rebatirse con otra: los teutones nunca han perdido
contra algún equipo suramericano antes de la final.
Se puede seguir hasta el infinito y siempre la conclusión
será la misma: no hay manera de saber lo que pasará
hoy a partir de las once de la mañana en el Olympiastadion
de Berlín. Sólo que será el partido más
parejo y también el más esperado en cuartos.
Alemanes y argentinos se encontraron en las finales
de 1986 y 1990, pero esta vez el destino quiso que sus
caminos se cruzaran mucho antes.
El ex defensor alemán Hans Peter Briegel dice
que todavía hoy, veinte años después,
cree que podrá alcanzar a Burruchaga, autor del
gol que decretó la derrota alemana en el estadio
Azteca en 1986. Seguro que también muchos argentinos
tienen aún la esperanza de que el árbitro
mexicano Codesal rectifique y eche para atrás
el penalti que Sensini cometió a Voeller y que
significó, Brehme mediante, la derrota albiceleste.
Todos esos fantasmas están en este momento rondando
Berlín.
Si a juro hay que hablar de una balanza que se
inclina para algún lado, entonces y sólo
entonces habría que dar como favorita a la
selección alemana, cuyos jugadores quizá
no vuelvan a ver jamás un Mundial realizándose
en su país. Están ante una oportunidad
histórica irrepetible y lo saben. Klinsmann,
quien desde ya parece haber revolucionado el otrora
gris fútbol alemán, afronta el partido
más importante de su vida y dispone de todas
sus piezas. La máquina germana parece irse
acoplando cada vez mejor a medida que transcurre
el tiempo, y en los dos últimos partidos ha
estado intratable.
No se sabe cómo hará frente Pekerman
a la aplanadora germana, aunque todo indica que
se irá por una alineación tradicional,
en donde Messi no tiene cabida. Su velocidad supersónica
parece el complemento perfecto a la pausa que
impone Riquelme, pero el técnico argentino
no parece pensar lo mismo. Se lo han pedido Karl-Heinz
Rummenigge y Jorge Valdano, protagonistas de la
final de 1986, pero el miedo ante un panorama
incierto es demasiado grande, y seguramente Pekerman
se aferrará al esquema clásico. El argumento
determinante será que Saviola tiene seis
años más que Messi.
Suceda lo que suceda, el ganador puede estar
seguro de algo: tras superar el durísimo
escollo, el título mundial parecerá
más posible que nunca.
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