El Centro Italiano Venezolano, en Prados del Este, se convirtió en epicentro de las emociones, con el triunfo de la azurra. Grandes y chicos festejaron con música y bailes.
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JOSE RUBICCO HUERTAS
EL UNIVERSAL
Al coro de "Forza Italia" y al son de tambores, se preparaba
la fiesta.
En la entrada, un autobús de una firma de ropa deportiva,
decorado con motivos alusivos al balompié, se mostraba
como un novedoso aperitivo.
Ya en medio de la casa club del Centro Italiano Venezolano,
ubicado en Prados del Este, un mar de camisetas azules inundaba
los espacios. Mientras, en la antesala, una exposición
denominada "Museo del Calcio", recordaba cada participación
del equipo en los mundiales anteriores.
Porque si hay algo de lo que se sienten orgullosos los
italianos es de su selección.
El sitio de reunión preferido, el salón principal,
estaba dispuesto con pantalla gigante y todo. Una especie
de estadio en miniatura donde uno 500 tifosi estaban
expectantes por el debut ante Ghana.
Casi todas y todos tenían un motivo del equipo
en sus cuerpos, en sus indumentarias. Desde los más
grandes hasta los más chicos exhibían los
colores de la bandera italiana en las mejillas. Utilizaban
también extravagantes sombreros, además
de las consabidas camisetas y gorras. Incluso, una
adolescente puso de manifiesto su coquetería
al llevar cintas en su cabello con los colores verde,
blanco y rojo.
Llegó el pitido inicial y allí los detalles
se confundieron, dando rienda suelta a las emociones,
unas emociones que por momentos se convirtieron
en nervios, porque tardaba en llegar el gol.
Cada vez que se fallaba un ataque las expresiones
de lamento y hasta de rabia no se hacían
esperar, pero lejos de desilusionarse se entusiasmaron
más, coreando al unísono "Italia, Italia,
Italia", como pretendiendo que los jugadores les
escucharan desde un lugar tan recóndito.
También hubo algo de miedo por algunas
de las incursiones de los africanos, pero todo
se disipó cuando vino el gol, el gol de
Andrea Pirlo que desató las pasiones, el
frenesí.
Un frenesí y una alegría que no
se vieron cortados ni siquiera durante el
descanso del medio tiempo, que continuó
en la segunda mitad y que tuvo su momento
culminante con la segunda diana, la del 2-0.
El fin del partido dio paso a otra fiesta,
ya no la de los goles, sino la de los tambores.
Los jóvenes tomaron el protagonismo
a la salida y bailaron sin parar, mientras
que otros organizaban una caravana hasta
Las Mercedes.
En el Italo gozaron de lo lindo. Había
ganado su equipo. Esta vez el tambor
no sonó en tierras africanas. El
tambor dejó escuchar sus notas
impregnadas de color azzurri.
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