Argentina echó mano de su experiencia para vencer a un durísimo pero ingenuo Costa de Marfil
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JAVIER BRASSESCO
EL UNIVERSAL
Detrás de esa camiseta albiceleste que visten los argentinos
hay una historia y dos títulos mundiales. Eso pesa y
pesa mucho, más en fútbol que en cualquier otro
deporte. Y si alguien todavía no lo cree es porque no
vio el partido Argentina-Costa de Marfil. O porque no lo entendió.
Mucho se había hablado de los africanos, aunque nadie
los había visto jugar. Que era el mejor equipo de Africa,
decían unos repitiendo a otros. Y así, de boca
en boca, la opinión se convirtió en realidad:
"Costa de Marfil es el mejor equipo de su continente de
los cinco que están en Alemania". Existía además
otra aseveración devenida en axioma: el grupo C (Argentina,
Holanda, Serbia y Montenegro y Costa de Marfil) es el de
la muerte, el más difícil, y maldita sea otra
vez la suerte de los argentinos. Pues bien, tras el partido
quedó claro que ambas aseveraciones, si bien no son
todavía absolutas (aún no se ha visto jugar a
Ghana, por ejemplo, ni tampoco a Serbia, o a Holanda), al
menos se acercan mucho a la verdad.
Costa de Marfil es un equipazo: veloz, peligrosísimo
al contragolpe, de buen toque y físico impresionante
pero, eso sí, con un portero terrible. Y Argentina...
bueno, Argentina es Argentina. Eso le bastó para
terminar adelante el primer tiempo por 2-0. Costa de Marfil
puso el fútbol, la velocidad, la vistosidad y todo
lo que quieran poner. Pero no los goles. Eso corrió
de parte de los albicelestes, que sin mucha alharaca,
con oficio, logró profanar dos veces la portería
del fatal Tizié. En ambos casos aprovechándose
de la ingenuidad de sus rivales. Y es que en un Mundial
no se debuta en vano. Ni tampoco es baladí el hecho
de que esos debutantes estaban frente a un país que
disputa su décimo cuarto Mundial.
En la etapa complementaria los argentinos salieron
a controlar el partido, zorros viejos como son, y por
media hora lograron hacerlo con comodidad. La solidez
era total, no había ninguna fisura en el muro suramericano.
Pero los africanos, y ahí radica su principal mérito,
jamás se descorazonaron ni bajaron los brazos.
En un forcejeo en el área que terminó en un
disparo desviado de Koné, Drogba demostró
de qué madera está hecho y por qué se
gasta tanta tinta en él: marcado férreamente
por Heinze forcejeó, se cayó, recuperó
el balón y logró meter un pase mortal que
terminó en nada. Los africanos seguían encima,
negándose a firmar una derrota que parecía
imponerles un destino contumaz. La velocidad había
disminuido, pero lo que les faltaba en las piernas lo
tenían en el corazón. Drogba, siempre la principal
referencia ofensiva, consiguió por fin el gol del
descuento, pero el reloj marcaba el minuto 82. Los marfileños
lanzaron su descarga final logrando asfixiar por momentos
a sus estoicos rivales, que terminaron pidiendo el tiempo,
metidos en su área en medio de una lluvia de balones
pero victoriosos al fin y al cabo.
Excelente demostración de oficio futbolístico
de los argentinos ante un no menos excelente rival.
Ojo con estos dos.
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