Hace 70 años en el mismo Estadio Olímpico de Berlín, Jesse Owens cumplió una hazaña en la historia del deporte, y en el mismo lugar ayer un futbolista, héroe de los franceses, tuvo un final de carrera que no merecía.
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(Foto AP)
Berlín.- El crepúsculo de Zinedine Zidane
quedó teñido por una mancha vergonzosa, quizás
la peor postal que podía dejar en su despedida como futbolista,
pero sólo Zinedine Zidane sabe lo que pasaba por su mente
mientras Italia celebraba su cuarto título mundial en el
estadio Olímpico de Berlín.
Sólo Zizou puede explicar que le ocurrió para asestar
un tremendo cabezazo en el pecho a Marco Materazzi en el segundo
tiempo de la prórroga, en el día en que se retiraba
del fútbol y en el partido en el que los "bleus" más
lo necesitaban.
Sólo el "quinto magnífico" de la historia del
fútbol, al lado de Di Stéfano, Pelé, Cruyff
y Maradona, guarda las razones que lo llevaron a manchar
su despedida de este deporte a su 34 años de edad,
reseñó Efe.
Sólo el admirador de Enzo Francescoli cuando era
un juvenil que acudía al campo del Marsella a estudiar
cada movimiento, cada toque de balón del "Príncipe"
está en condiciones de decir qué le impulsó
a darse la vuelta mientras intercambiaba palabras _se
supone que desagradables_ con el defensa central "azzurro".
Por alguna razón misteriosa, Zidane se dio la
vuelta y asestó un cabezazo en el pecho al jugador
italiano, que cayó al suelo como fulminado por
un rayo, en el minuto 108.
El héroe de la final de 1998 _hizo dos de los
tres goles ante Brasil_ se marchó del estadio
Olímpico, seguramente con la mente aturdida.
Pasó al lado de la Copa de Oro macizo, ese
objeto del deseo de los futbolistas creado por el
italiano Silvio Gazzaniga, camino a los vestuarios.
Había marcado el primer gol de la final,
un penalti lanzado con una suavidad impropia de
un momento tan tenso, y en el minuto 103 pudo
hacer el 2-1, pero el arquero lo impidió.
Zidane no asistió a la ceremonia de entrega
de las medallas. Sentado en el vestuario, se
habrá quitado las botas con rabia, mientras
por su cabeza bullían recuerdos e imágenes.
Hace 70 años, en los vestuarios del
antiguo estadio olímpico, sólo Jesse
Owens supo lo que pasaba por su cabeza cuando
se desataba los cordones de las zapatillas
después de ganar cuatro medallas de oro.
El atleta estadounidense desbarató
la presunta superioridad de la raza aria
preconizada por Hitler con cuatro oros en
seis días, uno de ellos, el de longitud,
en cerrada lucha con el alemán Lutz
Long, en presencia del dictador nazi.
Owens gana en el sexto y último
salto y el primero en felicitarlo fue
su rival alemán. Hitler ya había
abandonado la tribuna del estadio olímpico
cuando el atleta estadounidense se puso
por delante en el penúltimo intento.
Hay 70 años entre las hazañas
de Owens y de "Zizou", pero el estadio
es el mismo, aunque completamente remodelado,
con un techo para proteger los graderíos
de la lluvia.
Echando a volar la imaginación,
se puede ver a uno de los más
grandes atletas emocionado por la
hazaña lograda. Setenta años
más tarde, también se puede
ver a uno de los más grandes
futbolistas de la historia, destrozado.
"Zizou" no se merecía un final
así.
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