En el Centro Italiano Venezolano, de Prados del Este, los parciales de la azzurra celebraron el campeonato a ritmo de tarantella. Tras el partido, las caravanas partieron a Las Mercedes.
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(Foto Nicola Rocco)
JOSE RUBICCO HUERTAS
EL UNIVERSAL
Desde la autopista se divisaba la bandera, en la parte alta,
a todo lo largo de la estructura, tamaño gigante.
Adentro, caminar, abrirse paso, era casi una proeza. Un mar
de sillas esparcidas por la mezzanina hasta el borde de la
escalera principal daban la bienvenida a la casa club. También
estaba lleno de asientos el Salón Italia, donde una hora
antes del partido estaban todos apretujados.
Faltaba el aire. Algo paradójico en un recinto tan
grande como el Centro Italiano Venezolano, pero es que la
mayoría quería ver la final en el Salón,
ese que también usan para las fiestas, porque allí
sentían el calor, el calor de la pasión de unos
parciales entregados a un sentimiento color azzurro.
El partido comenzó y la temperatura se elevó
mucho. Pero de la euforia se pasó al horror con el
penalti en contra, convertido por Zidane, al minuto siete.
Francia ganaba 1-0 y hacía que la angustia se apoderara
de algunos de los presentes.
No obstante, envalentonados, al coro de "Forza Ragazzi"
se animaron y una explosión de júbilo llegó
con el ansiado empate. Fue como un aviso: la tarde prometía.
Desde ese momento, fiesta colectiva en el Centro
Italiano, todos expectantes ante la posibilidad del
triunfo.
Sin embargo, los minutos fueron pasando, el marcador
inamovible y la impaciencia subió. No querían
la prórroga, pero la prórroga llegó.
El fantasma de los penaltis se cernía.
"A los penaltis no, por favor", decía una
joven a otra, con sus manos juntas, como elevando
una plegaria.
Sabía que a Italia le perseguía una
maldición desde el punto de los 11 pasos
y por eso no los quería. Pero llegaron.
En cada cobro, se tomaban de las manos, rezaban.
Finalmente, la squadra azzurra no erró
y se sacudió la maldición.
El suelo del Salón Italia retumbó,
la gente lloró, se abrazó, todos
bailaron tarantella y agitaron las banderas.
En fin, un frenesí.
"Yo quiero ver a Cannavaro alzando la Copa.
Es un gigante", gritaba un exaltado italiano,
que brincaba cual niño.
Pero fue apenas el aperitivo. El festejo
recién comenzaba. En las afueras
el río de vehículos empezaba
a trancar la vía. La caravana, por
la autopista, rumbo a Las Mercedes, que
materialmente colapsó.
Y no sólo hubo celebración
allí. También en El Cafetal,
en La Carlota, en La Trinidad, en fin,
en las zonas del Este. Pero además,
en el Oeste, en Las Fuentes, en Vista
Alegre, donde el corneteo fue incesante,
por el volumen de automóviles.
Lo mismo que en el interior del país,
en ciudades como Valencia y Barquisimeto.
La larga espera por volver a levantar
una Copa terminó. También
el Mundial, el de Alemania 2006, que
ahora tiene ya a un digno campeón.
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