MARIA JOSE REY PALERMO

EL UNIVERSAL

Pocas palabras quedan luego de un golpe como ese. Sin intención de equiparar situaciones, el silencio que se vivió en el Centro Cultural Humboldt, en San Bernardino, luego del primer gol italiano en la prórroga es como un pequeño "Maracanazo" para quienes presenciaron la escena sin ligar a Alemania. Así como el uruguayo Ghiggia enmudeció al estadio brasileño en la final del Mundial del 50, Fabio Grosso selló las gargantas alemanas del estadio en Dortmund y las del recinto caraqueño. Los alemanes llegaron a sentir exactamente lo mismo que los argentinos el viernes pasado, luego de perder con ellos en los tiros penales. Al final se reencontraron bajo el manto de las lamentaciones. Quedaban pocos minutos luego del tanto y Alemania se iba al ataque en medio de su desesperación, los fanáticos alemanes en Caracas no se resignaban a perder la fe, pero Alessandro Del Piero aplicó el terror he inyectó el veneno muy adentro, un segundo gol, y las lágrimas del desencanto comenzaron a caer. Como en una comedia trágica la tarantela italiana retumbaba a más no poder en el Centro Humboldt, desde los televisores encendidos, sin embargo nadie pidió callarla, quizá porque para ese entonces la anestesia de los goles dejó a todos como la canción de Shakira: "Ciegos, sordos y mudos...". Y pensar que esta vez sí pusieron todo de su parte, el ánimo no decayó nunca. Saberse tan cerca de la final les llenó de un espíritu festivo. Por eso es más doloroso, beber de su propia adrenalina para luego sentir el frío en los huesos, esa sensación helada que recorre el cuerpo como si la sangre abandonara las venas. Vacío, ausencia... y el adiós.