Alex Saldaña
El joven Wayne Rooney cayó preso de los nervios, de
su inmadurez, cuando los británicos más le esperaban.
Lejos de redimir sus pecados, el delantero del Manchester
United evidenció ante Portugal que, a sus 20 años,
sigue siendo un "niño malo" incorregible, con un pronto
tan fatal para sus rivales como para él e incluso para
los equipos en que milita, pues su mal humor se paga con expulsiones.
Operado el 29 de abril de una fractura del metatarso del
pie derecho sufrida en un duelo contra el Chelsea, su presencia
en el Mundial fue una incógnita hasta el final. El
técnico Sven-Goran Eriksson lo reservó ante Paraguay
en el debut, pero le permitió estrenarse en un Mundial
al salir en el segundo tiempo del partido que enfrentó
a los ingleses con Trinidad y Tobago en Núremberg.
No aportó nada en esa oportunidad y también pasó
desapercibido ante los suecos y frente a Ecuador, ya en
octavos.
Desesperado por su baja forma luego del receso obligado
y sabedor de que la selección de Inglaterra le necesitaba
ayer más que nunca, sobre todo tras la lesión
del otro delantero, Michael Owen, salió ante los
portugueses un tanto pasado de revoluciones. Tanto que,
a los 61 minutos y tras un forcejeo de los muchos que
hay en cada partido, propinó un alevoso pisotón
en sus partes nobles a Ricardo Carvalho. El árbitro
argentino Horacio Elizondo, que estuvo perfecto en sus
sentencias, lo vio y le envió a la caseta.
Rooney no escarmienta. Ya le había pasado en septiembre
pasado, en un duelo de Liga de Campeones entre el Villarreal
y el Manchester, vio la roja por aplaudir con sarcasmo
al colegiado danés Kim Milton Nielsen. El vertiginoso
Rooney, que llegó a Alemania convencido de poder
ser elegido como el mejor joven del Mundial, se marcha
con una mancha imborrable en su trayectoria, sin haber
hecho prácticamente nada por el fútbol y con
la conciencia intranquila al haber dejado a su equipo
con diez jugadores en un partido tan importante como
ése.
Habrá que ver si le perdona y no le guarda rencor
una hinchada que le adoraba y que aún tenía
fresco en la memoria el partido ante Suiza de la pasada
Eurocopa, cuando se convirtió en el goleador
más joven en la historia de esta competición
al marcar dos tantos con 18 años, 7 meses y 24
días.
El caso es que Inglaterra tiene la negra con las
expulsiones y los penaltis. Si no que se lo digan
a su capitán, David Beckham, quien no ha logrado
quitarse la fama de culpable que arrastra desde
aquel 30 de junio de 1998, en el partido de octavos
de final del Mundial de Francia contra Argentina
en Saint Ettienne.
Cayó en la trampa que le tendió el
"Cholo" Simeone nada más comenzar la segunda
parte y dejó a Inglaterra en inferioridad.
El partido y la prórroga acabaron con empate
(22) y la albiceleste, aquella vez, resultó
agraciada en la lotería de los penaltis.
Muchos ingleses que, _a diferencia de otras aficiones,
nunca buscan un culpable en ese señor de
negro tan socorrido para explicar las derrotas_
aún no se lo han perdonado. Y Rooney, hijo
de un boxeador que se crió en los suburbios
de Londres, puede correr la misma suerte.
Por otro lado _casi se me olvida_, felicitar
a la colonia portuguesa por su gran y trabajada
victoria.
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