Alex Saldaña
La columna sobre el partido entre Italia y Australia me supuso
recibir un buen número de cartas de protesta _también
algunas expresando su acuerdo con mi comentario, pero menos,
es cierto_ procedentes de la colonia italiana, que se sentía
ofendida. Comprendo que el fútbol desata pasiones _es
una de sus grandes virtudes_ y entiendo también que alguien
se ofusque porque su equipo sea criticado _así lo merezca_,
pero no estaba en mi ánimo molestar al pueblo italiano
ni tengo nada contra él, he viajado varias veces a ese
país, una en mi luna de miel, y guardo gratos recuerdos.
Mis comentarios son futbolísticos, y nada más.
No critico ni alabo a un país _Dios me libre_, sino
a un equipo de fútbol. Se me ha acusado de parcialidad.
Y es que nunca he pretendido ser imparcial. Esto es una columna
de opinión reza una máxima del periodismo anglosajón
que "los hechos son sagrados, la opinión es libre", tan
libre como estar de acuerdo o en desacuerdo con ella, seguramente
sesgada, como todas las opiniones, pero nunca malintencionada.
De hecho, no se me caerán los anillos cuando tenga que
hablar bien de la escuadra azzurra, aunque _lo siento, soy
así_ tendrá que darme argumentos para ello. Y para
mí no vale sólo el resultado; el fútbol es
sobre todo espectáculo. Y, mal que les pese a muchos,
Italia no se prodiga especialmente en este sentido.
Bien, dicho esto, les comunico que hoy también pretendo
hablar de Italia. He de reconocer que me sorprendió
su actitud inicial en el duelo ante Ucrania. Esperaba un
partido ultradefensivo y me encontré con los transalpinos
retándose a sí mismos y saliendo descaradamente
en busca del gol. Y esa actitud casi siempre tiene premio.
Italia lo descubrió en el minuto 6 con un golazo.
Pero mi sorpresa se convirtió en admiración
cuando vi que los azzurri buscaban más. Claro que
eso no significa que se volvieran locos y abandonaran
su sobriedad defensiva, al fin y al cabo la marca de la
casa. Pero con el marcador a favor, Italia jugó muy
cómoda. Se sabía superior y quiso dejar claro
en todo momento quién mandaba sobre el césped
alemán. Y, claro, la pregunta era inevitable: si
saben jugar así, ¿Por qué esa manía
de ganarse las antipatías de los aficionados al fútbol
con el tan aburrido catenaccio?
Excepto algunos apuros en los primeros minutos de la
segunda parte, resueltos con acierto por la defensa
y por Buffon _que incluso puso en riesgo su integridad
física para evitar un gol_ Italia no tuvo mayores
problemas para demostrar su superioridad, ayudada _todo
hay que decirlo_ por la candidez ucraniana. Luego llegaría
el turno de Luca Toni, ese delantero alto y corpulento
no exento de ciertos movimientos de calidad que recuerdan
a Christian Vieri. Y poca historia más tuvo un
partido que sirvió para que Italia comprase su
boleto a las semifinales con una tranquilidad inesperada
_hay que reconocer que con mejor o peor juego siempre
está ahí_.
Ahora le espera el lobo alemán. ¿Qué
Italia veremos entonces? La que necesitó un penalti
más que dudoso _dejémoslo así_ para
ganar en el minuto 94 a Australia, o la que ayer goleó
con un juego en ocasiones brillante a Ucrania? Lo
sabremos _y se lo contaremos, les guste o no_ entonces.
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