En un partido muy parejo que se tuvo que decidir en penaltis, Alemania sacó la mejor parte y está en semifinales
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JAVIER BRASSESCO
EL UNIVERSAL
No importa por cuántos goles los alemanes puedan estar
abajo en un partido: ellos jamás bajarán los brazos,
mirarán para adelante y hacia adelante se irán,
buscando el descuento o el empate, con toda su fuerza, impresionantes
en su empeño, imponentes en su potencia, conmovedores
en su terquedad.
Un dato crucial para entender lo que pasó: hasta el
minuto cincuenta, momento del gol argentino, la posesión
del balón era de 63 por ciento a favor de los albicelestes.
En el primer tiempo los equipos se habían anulado mutuamente
y las defensas se mostraban inexpugnables en un choque físico
de primer nivel. Tévez no podía con el gigante Friedrich
ni Riquelme con Frings. Los alemanes les daban la pelota a
los argentinos pero éstos no sabían qué hacer
con ella, demasiado pendientes en tapar las contras germanas
como para pensar en orquestar ataques de trascendencia.
La estadística final, sin embargo, indica que concluido
el partido los locales tuvieron más la pelota: 51 por
ciento contra 49 de los argentinos. ¿Qué pasó?
Después del golazo de Ayala y su impresionante salto
sobre Klose, los suramericanos les entregaron el balón
a los alemanes. Salió Riquelme y entró Cambiasso,
lo que era un anuncio clarísimo: Pekerman anunciaba su
intención de aguantar.
El técnico argentino mostró valentía al alinear
al joven Tévez en vez de Saviola en el inicio (aunque
no tanto como para alinear a Messi) pero se equivocó
de tecla justo en el momento cuando no podía hacerlo.
El pausado Riquelme no había tenido un gran partido,
pero en un momento en que se necesita que el tiempo pase,
no hay nadie mejor que el jugador del Villarreal. No pensó
así Pekerman, y la verdad es que apenas le faltaron diez
minutos para que el partido le diera la razón. Pero no
se la dio: centró Ballack, cabeceó Borowski y entró
Klose también de cabeza. La terquedad de los alemanes,
su asedio constante, les había dado resultado una vez
más.
El resto del partido no tuvo mucha historia. En un cambio
insólito, Klinsmann sacó a Klose, que seguía
intentándolo de todas las formas y que tanto recuerda
a Gerd Müller, ese jugador que marcó goles casi
cada vez que tuvo que defender la camiseta alemana. El entrenador
alemán parecía contentarse con ir a los penaltis,
una instancia del juego en la que ellos jamás han perdido.
Y a él el partido sí le dio la razón.
Y los penaltis dijeron Alemania. Dicen que es una lotería,
pero la verdad es que hasta en la lotería la suerte hay
que saber buscarla. Neuville, Ballack, Podolski y Borowski
ejecutaron tiros perfectos: fuerte y a un lado. En la portería
estaba Leo Franco (sustituto de un lesionado Abbondanzieri),
pero ni que hubiera estado Goycoechea en sus mejores tiempos.
Poderosa, vertical, férrea en la defensa, mortal en
el ataque, sacrificada. Todo eso es la Alemania que está
a sólo un paso del sueño de Klinsmann: estar presente
en la final del 9 de julio.
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