Alex Saldaña
Algo tendrá el agua cuando la bendicen. El sabio refranero
popular vale también para el fútbol, donde los grandes
se mantienen entre los mejores y los eternos "outsiders" como
España siguen sin dar el salto a la élite. Nada
nuevo. Salvo alguna excepción que siempre confirma la
regla, la historia del fútbol es recurrente, reacia a
los cambios.
Más allá de la suerte, de los árbitros, de
errores o aciertos puntuales, no será por casualidad
que seis de los siete países que se han coronado campeones
del mundo vayan a competir en los cuartos de final del certamen
alemán. Sólo faltaría Uruguay, tan en decadencia
que ni siquiera clasificó.
Portugal _ojo a Portugal_ y la debutante Ucrania, que tras
ser humillada por España reaccionó, levantó
la cabeza y tuvo la fortuna de cruzarse ante Suiza, son
los únicos invitados a la fiesta de los "glamorosos".
Tampoco se debe al azar que la mayoría de los clásicos
supervivientes respondan a un estereotipo, a un estilo,
a una idea del fútbol de toda la vida. La magia de
Brasil; la Argentina que combina oficio y calidad; la Alemania
física del rodillo; la Italia resultadista y defensiva;
la clásica Inglaterra que mantiene la esencia de los
inventores; y hasta la Portugal liderada por pocas pero
grandes estrellas. Ucrania aburre a las ovejas, pero también
tiene clarísimo que lo suyo es la defensa y la velocidad
al contragolpe _allí está Shevchenko_, y sólo
Francia, ya envejecida, ha cambiado el perfil moderno y
atrevido por uno conservador.
Y, frente a los campeones de siempre, los también
habituales fracasos exóticos. Por más que a
la FIFA le interese proyectar la universalización
del fútbol y su crecimiento, sobre todo en Africa
y Asia, la realidad es que siguen a años luz de los
mejores. Sin Camerún, Nigeria, Senegal y Egipto en
el Mundial, Africa no dio la talla. Sólo Ghana maquilló
la debacle, si bien Brasil la dejó en el camino sin
forzar la máquina. Se esperaba algo más _siempre
se espera más de los equipos africanos_ tras la demostración
de Senegal en 2002, cuando venció al campeón
Francia en la apertura y luego avanzó.
Para encontrar otro logro así habría que
remontarse hasta Italia 90, donde el verdugo africano
se llamó Camerún, que derrotó al defensor
del título, Argentina, y de la mano de Roger Milla
trepó hasta cuartos de final.
Fracaso con mayúsculas también el de los
asiáticos, incapaces de seguir la estela de Corea
del Sur, semifinalista con el hechicero Guus Hiddink
en su Mundial. Esta vez, tanto ellos como Arabia Saudí,
Irán y Japón, fallaron. México salvó
la cara para la Concacaf, al meterse en octavos y
vender carísima su derrota ante Argentina, y
Australia, el representante de Oceanía, cumplió.
Fracaso _aunque ya estamos acostumbrados a ello_
el de España, una selección especial en
fomentar las ilusiones para luego, cuando llega
la hora de la verdad, triturarlas.
Bueno, pongámonos cómodos que viene
lo mejor. Sólo quedan los ocho mejores equipos
del mundo. Todos, con la excepción hecha
de Ucrania y Portugal, saben lo que es levantar
la Copa de Jules Rimet. Aunque al final será
lo de siempre. Ya lo dijo el inglés Gary
Linecker: "El fútbol es un deporte donde
juegan once contra once y al final siempre gana
Alemania".
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