Gracias a su gran pegada, aplastó a unos ghaneses que siempre buscaron el partido sin ninguna recompensa
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JAVIER BRASSESCO
EL UNIVERSAL
Sigue sin aparecer el superequipo, el favorito unánime,
la selección irrepetible, el conjunto que está llamado
a deslumbrar al mundo. Brasil todavía está muy por
debajo de su mito, aunque dejó claro que tiene una eficacia
envidiable, una pegada mortal.
Las estadísticas del partido favorecieron a Ghana:
mayor posesión del balón, más disparos, más
corners. Casi todas menos la más importante: los goles.
Ahí, en lo que de verdad cuenta, siempre fue Brasil
el que estuvo arriba.
Los africanos lo hacían todo muy bien: paredes,
toques, desmarques, velocidad, poderío físico,
y hasta daban la sensación de controlar el juego,
en una imagen irrepetible: unos debutantes dominando a
los pentacampeones, tanto que los centrales Lucio y Juan
aparecían más que Kaká y Ronaldinho. Lo
que pasaba, simplemente, es que los brasileños habían
cambiado el juego bonito por el juego tranquilo, y esperaban
su oportunidad con el cuchillo en los dientes mientras
dejaban que el gasto corriera por parte de los ghaneses,
cuyo empuje se esfumaba cuando pisaban el área brasileña.
Porque ahí, a la hora de definir, cuando hay que
demostrar quién es quién, los africanos siempre
ponían en evidencia que estaban disputando su primer
Mundial.
Todo lo contrario de Brasil, letal cada vez que armaba
un ataque. Parreira, quien hace doce años cambió
el fútbol brasileño cuando puso a aquel equipo
del Mundial de 1994 a jugar con dos mediocentros (Dunga
y Mauro Silva) y que tiene a la defensa como una de
sus prioridades, no hizo caso a la prensa de su país,
que a gritos le pedía a Juninho Pernambucano por
Ze Roberto y a Robinho por Cafú, y utilizó
la misma alineación del primer partido. Parreira
se iba por lo seguro, por un esquema tan defensivo como
lo permite un equipo con tantas figuras. Y eso permitió
que sus rivales tuvieran el balón y dieran la impresión
de dominar y controlar el encuentro.
A los cinco minutos ya los pentacampeones estaban
arriba en el marcador gracias a un gol de Ronaldo,
que se convertía así en el máximo goleador
en la historia de los Mundiales, con quince tantos.
Los ghaneses se lanzaron con todo y estuvieron cerca
del empate, del que les salvó la milagrosa pierna
de Dida en un cabezazo perfecto de Mensah, pero al
final fue Brasil el que volvió a pegar y poner
el 2-0. Igual los africanos siguieron arriba, en una
actitud loable.
Pero los ghaneses parecían montados en una
bicicleta estática, pues se movían, tocaban,
jadeaban, y no iban para ningún lado, con unos
defensas ingenuos que empezaron y terminaron el
partido pidiendo unos fuera de juego que no existían.
Los brasileños parecían divertirse con
ellos, como el gato que juega con el ratón
antes de partirle la nuca.
Ya hacia la mitad del segundo tiempo los ghaneses
bajaron los brazos, pues el desgaste era tremendo.
Pero ni siquiera así se soltó Brasil.
Para hacerlo esperó estar tres goles arriba
y jugar con un hombre de más. Y ahí
sí fue la máqui na que todos esperaban
ver, con todo y que no metieron ni un gol.
Aun cuando siga sin responder a las gigantescas
expectativas que todavía genera, Brasil
dejó ver que tal vez no nece site mucha
espectacularidad para llevarse el Campeonato
del Mundo. Puede que tal vez le baste su impresionante
pegada.
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