ANA Y. TERAN LARA

EL UNIVERSAL

Seguramente transitar hoy por las principales calles y avenidas de las ciudades más importantes de Alemania puede resultar, sin exageraciones, una experiencia mundial. Bastaría sólo con pararse en una esquina para ver desfilar, en cuestión de minutos, a un centenar de personas de diferentes edades, géneros y razas, vestidas y ataviadas de tan distintas maneras que resultaría bastante sencillo adivinar a qué región del planeta pertenecen. Y es que sin duda alguna las banderas de variados colores, los rostros diferenciados por las facciones y los idiomas y acentos que se mezclan con las costumbres, los atuendos y los platos típicos transforman a la Copa del fútbol en un verdadero conglomerado de colores, religiones y nacionalidades. Es que como era de esperarse, a Alemania no sólo acudieron los miles y miles de fanáticos que entusiasmados hicieron sus maletas y partieron a acompañar a su selección durante la gran cita, sino que al territorio germano llegaron además otros tantos turistas que pese a no tener representación decidieron aprovechar el magno evento del balompié para visitar y conocer el territorio de las salchichas y las cervezas. ¿El resultado? Pues, un inmenso y complejo abanico de emociones, pasiones e ilusiones.