Con su tradicional sufrimiento y con diez hombres, los italianos derrotaron a Australia en el último minuto
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(Foto AFP)
JAVIER BRASSESCO
EL UNIVERSAL
Todos los fantasmas italianos estaban ahí, revoloteando
alrededor de Totti. No se veían, pues los fantasmas,
fantasmas son, y tampoco podían palparse, pero estaban
ahí, por más que él hiciera un esfuerzo para
que nadie lo notara, como si quisiera exorcizarlos con su
aparente indiferencia.
Los penaltis que fallaron nada menos que Baresi y Baggio
y nada menos que en una final (Estados Unidos 1994), la
eliminación en el Mundial pasado, también en octavos,
también a manos de Guus Hiddink... todos esos recuerdos
estaban en la mente de cada uno de los italianos. Pero Totti
como si nada: respiró hondo, transmitió calma
en momentos de intranquilidad, tomó un pequeño
impulso, dio una carrerita de cinco pasos y ejecutó
el penalti perfecto. Otra vez con lo justo, sufriendo como
en el peor (¿o mejor?) de los melodramas y sin mucho
brillo, Italia hizo sus deberes y ya está entre los
mejores ocho del mundo.
Fue un juego que se presta a muchas interpretaciones,
tantas como el penalti que pitó el árbitro y
que decretó la victoria italiana. "Tuvimos controlado
el partido todo el tiempo", dijo Lippi. "En el once contra
once fuimos superiores, pero cuando tuvimos un hombre
más nuestro dominio fue absoluto", dijo Hiddink.
Se dirá que los entrenadores siempre dicen cosas
así, pero esta vez, aunque parezca extraño,
ambos tienen razón.
Los australianos apostaron al toque y a la posesión
del balón. Pero eso era lo que quería Italia,
que se quedó atrás y jugó a la contra.
La pelota era de los australianos, que daban la impresión
de dominar el partido, pero las ocasiones de verdadero
peligro, conjuradas por el portero Schwarzer, siempre
eran de los azzurri. Pero al prioridad de éstos
siempre fue no desajustar la defensa. Es su estilo,
es el fútbol que sabe jugar Italia y que tantos
títulos le ha dado, por más que desquicie
a tantos espectadores.
Y además las circunstancias del partido les
obligaron al tan odiado como efectivo catenaccio.
Comenzando el segundo tiempo, Materazzi recibió
injustamente una roja directa y Lippi tuvo que sacar
a un delantero para meter un central. Había llegado
la hora de aguantar. Y fue aquí que se equivocaron
los australianos, pues en vez de buscar el partido
cuando tenían a un hombre de más parecieron
conformarse con que pasara el tiempo y llegaran los
penaltis. Fue así que llegaron al Mundial, cuando
derrotaron por penaltis a Uruguay en el repechaje.
Fue así que Hiddink llevó a Corea a semifinales
en el Mundial pasado. Pero antes de las penas máximas
los dioses pusieron el juego. En el último minuto
del descuento, Grosso se deshizo de dos rivales y
uno de ellos (el central Neill, tal vez el mejor jugador
de Australia) lo derribó. El arquero Schwarzer
declaró después del partido que había
visto la repetición por televisión y no
podía decir si había sido penal o no. Así
de complicado fue. Lo cierto es que Medina Cantalejo,
que hasta entonces había pitado todo a favor
de Australia, decretó que sí había
sido. Y en el fútbol no hay apelaciones.
Después vino Totti con una ejecución
impecable. La felicidad, la entrega, la fatiga,
la gloria, la vergüenza esquivada, el escándalo
que no fue, los fantasmas exorcizados. Italia está
en cuartos.
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