La albiceleste doblegó con carácter a México con un disparo tremendo de Maxi Rodríguez en la prórroga
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EFRAIN RUIZ PANTIN
EL UNIVERSAL
Si Argentina no sabía aún lo que era el sufrimiento,
la desesperación y la ansiedad, ayer conoció todos
esos sentimientos en primera persona. Y los venció, tuvo
que vencerlos, porque no tenía otra forma de ganarle
a México.
Ganó Argentina 2-1 un partido trabado y peleado como
pocos, lleno de vértigo, disputado al filo de la navaja
y en el que cada jugador pareció dejar el alma en la
cancha.
Ganó porque tuvo carácter, porque aunque nunca
la habían probado en fuego sus rivales anteriores,
no se le olvidó que en el fútbol también
se vence por determinación.
Pero venció, al final, porque sus jugadores son
capaces de definir, de inventarse alguna cosa imposible
cuando los recursos se agotan. Y esta vez el crack fue
Maxi Rodríguez.
El partido, al que no le habían bastado los
90 minutos, tuvo que irse al alargue. Había sido
1-1 hasta entonces, goles de Rafael Márquez por
México y Hernán Crespo, ¿o acaso autogol
de Jared Borgetti?, marcados ambos tantos antes de
los 10 minutos.
Se jugaba la prórroga y se agotaban las ideas.
Era algo más Argentina, pero poco, acaso por
los toques de Riquelme y la esperanza de que Messi
inventase una, más un deseo que realidad concreta.
Hasta que apareció Maxi.
Corría el octavo minuto del primer tiempo
suplementario. El balonazo cruzado de Juanpi Sorín
lo paró, o más bien lo durmió Maxi,
en el vértice izquierdo del área grande.
Entonces, cuando todos pensaban que tiraría
el centro, que la retrasaría, que haría
cualquier cosa, él, camisa 18, soltó
el zurdazo. Secó, preciso, directo al ángulo
superior izquierdo de Oswaldo Sánchez,
que se tiró para la foto. Allí no
llegaba nadie. Golazo.
El grito de alegría del goleador y los
brincos desesperados de sus compañeros
para celebrar el tanto, que merecía ese
festejo así hubiese sido en un intrascendente
encuentro de Segunda División, trajo,
irónicamente, la calma. Porque a partir
de allí México bajó los brazos
para siempre en este Mundial que se le terminó.
Había empezado el conjunto norteamericano
avasallante. Entendió rápido que
podía ganar por arriba, fórmula
que le sirvió para el primer gol. Centro
desde la derecha que peinó Méndez
de cabeza y que, con la pierna adelante,
empujó Márquez al fondo de la
red.
Sin dejarse doblegar por los fantasmas
de la eliminación, Argentina fue
para adelante sin mirar atrás. Consiguió
el premio rápido con cabezazo de
Crespo antes que se cumpliera el minuto
10, en tiro de esquina cobrado por Riquelme.
A partir de ese momento, el encuentro
se montó en una montaña rusa
incontenible. Faltas de un lado y del
otro, jugadas al límite, llevado
con mano floja por el suizo Massimo
Busacca, que bien ha podido sacar la
roja a Gabriel Heinze y a Rafael Márquez.
Llegó México varias veces
con Borgetti y Argentina tuvo alguna
con Crespo y Saviola. No se hicieron
daño, pero entregaron un partido
vibrante que al final, sólo al
final, se llevó el que a la entrega
y al corazón sumó el chispazo
brillante.
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