Los galos dieron signos de vida en un bonito partido ante Togo que les valió la clasificación a octavos
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JAVIER BRASSESCO
EL UNIVERSAL
Dos decepciones seguidas eran demasiado para la afición
francesa, que ya el Mundial pasado tuvo que soportar la vergüenza
de ver a sus campeones decir adiós en la primera fase
y sin anotar ni un gol. Un empate a uno con Corea no podía
ser la despedida de una leyenda viviente como Zinedine Zidane.
Y tampoco podía ser Togo, un debutante que ya estaba
eliminado antes del último partido, la selección
que privara al mundo de la posibilidad de seguir viendo a
los franceses, un equipo que últimamente siempre deja
la sensación de ser mejor de lo que lo que demuestra.
No podía ser, y por una vez no fue: Francia, campeón
mundial de 1998 y lugar de nacimiento del gran Zidane, está
entre los mejores dieciséis del Planeta.
Muchos piensan que en la próxima fase va a ser la
víctima propicia de una España que viene arrollando.
Puede ser. Pero también es posible que por fin los
franceses encuentren esa chispa que inicie la tan esperada
combustión. Esa que haga que los bleus jueguen a la
altura de lo que de ellos se espera. Que ponga a toda la
selección a la altura de Patrick Vieira y Claude Makelele,
quienes conforman, al menos en el papel, la mejor línea
de contención en el mediocampo de todo este Mundial.
Que haga que por fin se destape Henry, tal vez el delantero
más letal del mundo en este momento. La combustión
que despierte a los franceses y les haga jugar al mismo
ritmo que lo ha hecho el incansable y voluntarioso Ribery,
tal vez el único jugador de ese equipo que ha entendido
la deuda inmensa que se tiene con Zidane.
Todo eso junto lo tienen los galos: los consagrados Makelele,
Vieira y Henry y el sorpresivo Ribery. Y también
la deuda histórica con Zidane. Pero falta algo que
haga que todos esos engranajes comiencen a funcionar como
deben. Una chispa.
Algo de eso se vislumbró ante Togo. Los franceses
tenían la obligación de ganar, y eso siempre
pesa y genera nervios, mucho más a una gran selección
que vive momentos bajos. Los africanos aguantaron bien
la embestida de sus rivales, y Agassa estuvo enorme.
Ribery no se cansaba de subir por todos lados: por la
izquierda, por el centro y sobre todo por la derecha,
pero también desperdició las dos oportunidades
más claras de su equipo, mandando a las nubes dos
balones cuando tenía todo a favor para fusilar
la portería rival. Llovían balones al área
togolesa, pero nada. Francia dominaba pero sin excesos.
Parecía que el cántaro togolés aguantaba.
Pero en uno de esos viajes al fin se rompió. Ante
la ausencia, los fallos, fueras de juego y llegadas
a destiempo de Henry y Trezeguet, fue Vieira quien de
media vuelta por fin se encargó de que hubiera
justicia, tras una llegada y centro por la izquierda
de... sí, Ribery otra vez. Iban 52 minutos, pero
los jugadores franceses parecían más de cien.
Rota la resistencia africana, Henry se encargó
poco después de marcar el segundo y dar tranquilidad
por fin a su sufrido equipo.
Volvió a marcar Henry, se destapa Ribery, aparece
más el juego de conjunto. Y contra España
jugará Zidane, quien todavía hoy en su mala
hora es capaz de voltear un partido en una décima
de segundo. Francia amenaza. Francia puede ser verdad.
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