Con sus armas de siempre, derrotó a una inoperante República Checa y terminó en primer lugar del grupo
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JAVIER BRASSESCO
EL UNIVERSAL
Italia utilizó sus armas de siempre: se fue arriba
a balón parado, defendió, aguantó, controló,
impuso el ritmo, apeló a su gran espíritu de equipo,
estuvo atenta a cada detalle del partido, no bajó la
guardia en ningún momento, y al final aprovechó
un parpadeo de unos checos lanzados arriba para sentenciar
en el contragolpe. Hizo sus deberes, quedó primera e
invicta en un grupo muy difícil y por los momentos logró
evitar a Brasil.
A los azzurri les bastaba un empate para asegurar su clasificación,
y tal vez por eso Lippi cambió el esquema que había
utilizado en los otros dos partidos, y esta vez dejó
a Toni en el banquillo y a Gilardino solo en punta.
El partido fue muy bueno a pesar de lo que se podía
anticipar tras este movimiento y a pesar también
de la baja forma que exhibieron dos creadores: Totti por
un lado y Poborsky por el otro. Los checos necesitaban
ganar y salieron lanzados. Nedved estuvo muy activo pero
se encontró con su compañero del Juventus, el
portero Gianluigi Buffon, quien dejó claro que sigue
estando entre los tres mejores del mundo.
Apenas iban diecisiete minutos cuando otro de los mejores
jugadores italianos, el central Alessandro Nesta, se
marchaba con una lesión en el cuádriceps.
Mal augurio, o al menos eso parecía. Pero los grandes
equipos siempre tienen suerte. Materazzi, el hombre
que entró a sustituir al insustituible Nesta, fue
quien se encargó de adelantar a los azzurri tras
elevarse casi un metro sobre un defensa en un córner
que había sacado Totti.
Italia apostó a la contención y los checos
ni siquiera importunaron a Buffon. Se les iba el Mundial
y parecía que no se daban cuenta. Pero el colmo
de la irresponsabilidad estuvo a cargo de Jan Polak,
quien a finales del primer tiempo derribó a Totti
por detrás en la mediacancha, con todo y que
ya tenía una amarilla encima. Eso es lo que se
llama una autoexpulsión, condenando además
a todos sus compañeros a una remontada épica
con diez hombres.
Los checos tenían que cambiar por completo
si querían estar en octavos. Se lo debían
no sólo a una afición que todavía
recordaba el juego brillante que exhibieron en la
Eurocopa y que refrendaron en su primer compromiso
al aplastar al duro equipo estadounidense, sino
también a dos futbolistas que estaban disputando
su último partido con la selección: Nedved
y Poborsky. Pero nada, o al menos no mucho. Nedved
y poco más. Pero el checo siempre se encontró
a un inmenso Buffon. El tiempo corría pero
los centroeuropeos parecían no darse cuenta.
Totti se entretenía buscando adornarse, y así
intentó dos veces hacer un sombrerito a Cech,
como si estuviera jugando con sus amigos y no en
un Mundial, y la defensa italiana tenía todo
bajo control: la bomba checa había sido desmontada.
Se acercaba el final cuando el oportunista Inzaghi,
quien entró en el segundo tiempo y ya había
fallado una ocasión increíble, se aprovechó
de los adelantados checos, rompió el offside,
dejó atrás a Barone, se plantó
solo frente al portero rival, hizo un regate tan
poco elegante como efectivo y listo: 2-0. Quedaban
diez minutos pero los checos estaban rotos, Inzaghi
les terminó de partir el alma.
Respondió Italia, que ya se puede sacar
a Brasil de la cabeza. Bueno, al menos hasta
el día de la gran final.
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