Alex Saldaña
Las dos victorias conquistadas no han impedido que las alarmas
hayan saltado en Brasil. El rendimiento de la canarinha sobre
el campo está muy lejos del "jogo bonito" que prometía
la pléyade de estrellas que congrega y sólo la bisoñez
atacante de Australia permitió que los Ronaldinho, Ronaldo,
Kaká, Roberto Carlos, Adriano y compañía puedan
jugar ahora sin la presión de depender del resultado
para pasar a los octavos de final.
Inoperancia atacante, un monumental atasco en la línea
de creación, una serie de errores defensivos propios
de jugadores principiantes y un portero que no ofrece demasiadas
garantías en Dida han hecho de Brasil un equipo mediocre
que gana más por inercia, por el peso y la historia de
su camiseta que por merecimiento.
Y, a falta de juego, Brasil recurre a la teoría de
la conspiración, a una increíble _pues nadie puede
creérsela_ tesis de que la poderosa Europa, ahora que
ya no está Joao Havelange al mando de la FIFA para
protegerla, hará lo posible por no ver a la verdeamarelha
coronarse en el Viejo Continente y ganar su sexto campeonato
mundial.
Qué duda cabe que los jugadores de Brasil tienen
en sus botas capacidad para ofrecer espectáculo.
Sería una verdadera memez ponerse a estas alturas
a dudar de la calidad de jugadores como Ronaldinho, Kaká,
Ronaldo, Adriano...
Quizá el problema es que sean incapaces de jugar
bien todos juntos. De hecho, ya se empieza a hablar
de que Ronaldinho no juega en su posición, sino
más retrasado de lo que lo hace con la camiseta
del Barcelona, que Kaká se desgasta demasiado ayudando
en tareas defensivas, que Ronaldo y Adriano hacen siempre
el mismo tipo de desmarque en la punta, que los laterales
Cafú y Roberto Carlos no asumen sus labores ofensivas.
Se han encontrado muchos defectos como para confiarse
al famoso "cuadrado mágico" y Carlos Alberto
Parreira tendrá que tomar alguna decisión
que no sea la de sustituir a Ronaldo por Robinho,
algo que obedece más a criterios populistas que
a una alternativa real para mejorar el juego de la
selección.
La duda se ha cernido sobre Brasil y los propios
brasileños buscan remedios como un paso previo
para la localización de los culpables por el
incumplimiento de su compromiso tradicional con
el buen fútbol, algo de lo que ni siquiera
se tendría que estar hablando cuando se mira
la alineación repleta de cracks.
El debate, de todas maneras, no alcanza de momento
el grado de tragedia gracias al doble efecto terapéutico
que suponen las dos victorias y el liderato tranquilo
en su grupo de clasificación. Ante Japón,
Parreira podría optar por sacrificar a Adriano.
¿Solución intermedia para contentar
a la afición o un mero experimento?
La solución, el jueves en Dortmund. Pero,
aunque no juegue bien, que nadie dé por
muerto _y mucho menos por enterrado_ a Brasil.
Hasta Ronaldo, con sus kilos de más
y sus misteriosos mareos _incluso corren rumores
de un posible embarazo, por aquello de la
barriga y los mareos_, podría resucitar
y convertirse en ese delantero ágil,
rápido y letal que un día llegó
a ser. Mientras llega esa transformación,
nos sentaremos a esperar por el "jogo bonito".
O por la debacle.
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