Efraín Ruiz Pantin

Más nunca vuelvo a jugar una quiniela en mi vida. Este sufrimiento, esta falta de identidad, este ser el mercenario más grande de todos los mercenarios, no me lo vuelvo a calar.

Resulta que, por alguna razón, voy bien en la "polla". Y ese es el problema. Por que fíjese usted, amigo lector, tener chance de ganarme esos reales, casi un millón de bolívares, a estas alturas del Mundial, es toda una desgracia, un constante ataque al corazón. Tengo un compañero de trabajo que, nadie sabe cómo, todavía no llega a 10 puntos. Una pena, qué vergüuenza, dirá usted, pero en verdad no le pasa nada. Agacha la cabeza, saluda poco, ¿se ha muerto alguien de la pena? No, que va. Tragedia la mía. Sin ir más lejos, veamos los partidos de ayer. Pegué los resultados de los dos encuentros de la mañana. ¿Una maravilla? Ajá... Alemania, por ejemplo, anotó el 3-0 ante Ecuador, mi marcador, mi karma, cuando faltaban 24 minutos para el final. "No, no, no, no, nooooo...", decía si se acercaban los alemanes de nuevo al arco. ¡Pero si Ecuador atacaba era la misma historia! Ese parto en el que los minutos eran de 150 segundos, se lo juro, era doble, porque Polonia se había puesto arriba 2-1 a los 19 del complemento ante Costa Rica. No vi el juego, me lo contaba una amiga que lo seguía por radio, y a la que atormentaba a cada rato. Pues así va mi vida estos días. Me infarto rezando por los empates, le ligo a equipos que ni me van ni me vienen, cruzo los dedos para que mis amigos pierdan, maldigo a los goleadores que me hacen caer, tomo café por litros, gracias a Dios que no fumo. Aunque ahora, pensándolo bien, ¿verdad que después de tanto sufrir me merezco el milloncito?