En Berlín, los hinchas alemanes disfrutaron de la demostración de poderío que brindó su selección
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JAVIER BRASSESCO
EL UNIVERSAL
Alemania no es un brillo enceguecedor ni tiene un juego
que enamora, pero pega como poquísimos equipos. Y no
falla. Es como una máquina cuyos engranajes están
perfectamente acoplados: nadie se deleita viendo cómo
funciona, pero vaya que hace su trabajo.
Y ojo, porque además las piezas de la maquinaria germana
están cada vez mejor engrasadas. Ya corrigió ciertos
errores del lateral derecho Friedrich que fueron fatales
en el primer partido y su pareja de centrales comienza por
fin a entenderse. En el mediocampo la contribución
de Ballack (quien sigue sin estar al ciento por ciento),
por fin se nota, Lahm sigue llevando peligro con constantes
desbordes por la banda izquierda y el oportunismo mundialista
de Klose no parece estar cerca de su fin. Y así, con
sus armas de siempre, aplastó a Ecuador con una facilidad
pasmosa. Fueron tres goles, pero en todo momento daba la
impresión de que habría metido muchos más
si le hubiera dado la gana.
Alemania mejoró mucho su imagen con esa demostración
de contundencia, tanto como los suramericanos ensuciaron
la suya. Ya desde el principio el técnico Luis Fernando
Suárez dio el partido por perdido al salir con cinco
suplentes y dejando en el banco nada menos que a Hurtado,
Delgado y Carlos Tenorio. Se luchaba el primer lugar del
grupo, pero a Suárez, que sus razones tendrá,
eso no le importó. Quizá pensó que daba
más o menos lo mismo enfrentar a Suecia o a Inglaterra
en octavos, pero el hecho es que ese Ecuador que el mundo
vio ayer no tuvo nada que ver con el que venció con
facilidad a Polonia o Costa Rica. Fue un equipo roto,
entregado, débil, con una defensa que no ganaba ningún
balón aéreo (asignatura pendiente para los de
Suárez) y sin otra idea al ataque como no fueran
las proyecciones del talentoso Valencia o algún que
otro disparo de Edwin Tenorio. Apenas arrancó el
partido dejaron que los alemanes impusieran su juego físico,
mientras ellos tocaban y tocaban sin mayor trascendencia.
A veces Ecuador llegaba bien por las bandas, pero sin
ninguna conexión con sus líneas ofensivas. Los
alemanes los miraban, un poco aburridos de tanto ir y
venir estéril, y cuando tenían la pelota embestían
como siempre lo han hecho: verticales, potentes, mortíferos.
El primer gol fue de Klose a pase de Schweinsteiger después
de un córner y tras varios fallos defensivos y rebotes
en el área. Klose, que sólo apareció cuando
de verdad importa (a la hora de hacer los goles), hizo
también el segundo al ganarle en fuerza a un defensa
y aprovechar en buena forma un gran pase de Ballack y
la mala salida de Mora. El tercero fue en una contra velocísima
tras un córner ecuatoriano: Schneider desde la derecha
centró al punto penal, por donde entraba Podolski
y listo: 3-0. Tres goles típicamente alemanes que
podían haber sido más si el portero ecuatoriano
no hubiese hecho tantas salvadas milagrosas.
Se decía que el equipo germano no estaba bien
y ni los propios alemanes confiaban mucho en él.
Pero cuidado, porque la máquina germana está
agrandándose y tiene una mejor imagen que la del
Mundial pasado. Y esa vez, sin ser local, llegó
a disputar la final.
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