La convocatoria de Raúl para el Mundial de Alemania generó un debate tan amplio como encendido en España, un país que tiene en cada ciudadano un seleccionador.

A favor el capitán tenía su historia, sus estadísticas, ese saber estar en el momento adecuado en el lugar preciso. Y poco más. El estandarte del Real Madrid ha firmado una temporada tan negra _con grave lesión incluida_ como el segundo equipaje del equipo de La Castellana, tan mediocre como el juego de un conjunto que ha pasado en pocos años de las galaxias al más mundano de los aburrimientos. Sí, Raúl es Raúl, pero parecía injusto que sólo su nombre arrebatara la titularidad a un hombre como Villa, que ha demostrado en el Valencia una capacidad goleadora que sólo pudo ser superada en la liga por el camerunés Samuel Eto'o, quien tiene la ventaja _que es mucha ventaja_ de jugar al lado del dios Ronaldinho en el Barcelona.

Y Luis Aragonés, sabio como es _el Sabio de Hortaleza, le dicen_, tomó una decisión salomónica: llevaría a Raúl, por aquello de la necesidad de un líder, pero lo sentaría en el banquillo. Se acabó el debate. Sobre todo gracias a la goleada y al juego desplegado por la mejor España que recuerdan unos mundiales frente a Ucrania en la primera jornada.

Pero, no nos engañemos; España no puede ser España sin esa dosis tan necesaria de sufrimiento, con esa capacidad de tener al aficionado con el corazón en un puño, con esa facilidad para provocar los peores y los mejores sentimientos con apenas unos minutos de diferencia. Ucrania nos regaló la euforia; Túnez nos hizo regresar a la realidad. Y la realidad es que España sufre de los nervios cuando el contrario se adelanta en el marcador y tiene que jugar, además de contra los once rivales, también contra el reloj.

Y Aragonés echó mano de su última carta: Raúl. El capitán, todo hay que decirlo, no está para muchos trotes, pero conserva ese saber estar, ese instinto matador que sólo poseen los depredadores más letales cuando huelen la sangre cerca. Y allí estaba, en el área pequeña con la posición ganada, cuando el portero africano rechazó un disparo envenenado. Un sutil toque de balón le bastó para clavar el estoque hasta lo más profundo al toro tunecino. El trabajo más importante estaba hecho. Dejó para Torres, un rapaz, el honor de dar la puntilla al animal herido y llevarse los honores de convertirse en el máximo goleador del Mundial.

El 7 de España, hasta hace poco tiempo un indiscutible en cualquier alineación, se niega a ejercer de estrella florero, de emular a esos gigantes que han acudido al Mundial como si de un cementerio de elefantes se tratara _me refiero a jugadores como Zidane, a Vieira, A Nevdev..._. Raúl está hecho de otra pasta; él es un luchador, uno de esos jugadores con garra que sabe que si las cosas se ponen feas tienes que trabajar más duro. Sí, señores, Raúl está vivo. Tan vivo, que resucitó a una perdida España. Tan vivo, que ha hecho revivir el debate en torno a su titularidad en la selección.

Y, con tanta vida, España ya está en octavos de final. Y esta vez _algo del todo inusual en un mundial_ nos sobra un partido, 90 minutos sin la amenaza del ataque de nervios. Esto sí que es vida.

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