Andrea Wurz
El Mundial de fútbol ha invadido la cotidianidad en
Alemania. El balón está presente en los decorados,
en la publicidad televisiva de cualquier tipo de producto,
y es inspiración para elaboradas tortas o chocolates
con el tamaño real. Los almacenes colocan en su entrada
múltiples souvenirs, y ya el aficionado consigue banderas
o gorras con los colores de su equipo favorito en rebaja.
Quien no posee entradas para un partido, pero desea sumergirse
en la emoción futbolística, sólo tiene que
acercarse a alguna de las 12 ciudades sede de partidos el
día en que se celebra un juego.
Es viernes y hay acción en Stuttgart. Una marea color
naranja comienza a expandirse por el centro de esta tranquila
ciudad del suroeste de Alemania. Son las decenas de miles
de hinchas holandeses que han venido para aupar a su equipo
en el encuentro frente a Costa de Marfil. Los atuendos derrochan
inventiva: la mayoría va de anaranjado de pies a cabeza
y se ven mujeres que reproducen con su vestimenta la estampa
de la chica que promociona los quesos holandeses.
Han llegado desde temprano en tren, carro, avión,
o en alguno de los 350 autobuses contratados para la ocasión,
para reunirse en la céntrica avenida peatonal Koenigstrasse
y festejar. Por un día se apoderan de la ciudad, con
el canto Stuttgart is van ons (Stuttgart es nuestro). Algún
que otro grupo de seguidores del equipo de Costa de Marfil,
en franca minoría, recorre la céntrica avenida
y también es absorbido por la alegre celebración.
En la tarde, miles de hinchas holandeses formarán un
bullicioso tren humano anaranjado en vía hacia el estadio
Gottlieb Daimler, el cuarto más grande del país
y con capacidad para 55.000 aficionados.
Stuttgart, como sede de seis juegos, está preparada
para estos encuentros, al tiempo que su comercio y turismo
reciben un impulso adicional con el Mundial. La presencia
policial es numerosa en la estación central de trenes
y en las calles. Personal del sistema de transporte ofrece
información a los visitantes y, adicionalmente, la
ciudad cuenta con más de 1.000 voluntarios preparados
para atender a quien se sienta perdido.
Cuando el juego está en pleno desarrollo, una
dama se lamenta con la cajera en el restaurante de la
enorme tienda por departamentos Kaufhof, en plena Koenigstrasse:
"La calle está caótica", sentencia. Razón
tiene, el largo paseo peatonal flanqueado por almacenes
ha quedado tapizado de desperdicios. Quienes no están
ahora en el estadio, observan el partido apiñados
frente a las tres pantallas gigantes instaladas en la
céntrica Plaza del Palacio _donde hasta una estatua
ha sido enfundada en los colores del equipo holandés_,
o en alguno de los cafés que han colocado sus mesas
y televisores al aire libre aprovechando el sol veraniego
y las agradables temperaturas.
Finaliza el juego con el triunfo 2-1 para Holanda.
La calma no retornará por lo pronto a la Koenigstrasse
y la Plaza del Palacio, los seguidores celebrarán
aquí la victoria hasta bien entrada la madrugada.
Al día siguiente, los medios cifran la cantidad
de visitantes holandeses en alrededor de 40.000, en
lo que un diario local describe como la hasta ahora
más grande y colorida fiesta mundialista que
ha tenido lugar en Stuttgart.
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