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CARACAS, viernes 16 de junio, 2006 | Actualizado hace
 
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Los "Elefantes" juegan para detener la guerra
(Foto AFP)
ULRICH FICHTNER |  DIARIO
viernes 16 de junio de 2006  12:00 AM

ULRICH FICHTNER

DER SPIEGEL/EL UNIVERSAL

Los aviones de la ONU pasan volando a lo alto. Las aeronaves de cuatro motores, cuyo color gris contrasta con el cielo tropical, planean por encima de los polvorientos mercados y los barrios marginales de Abobo, en el norte de Costa de Marfil. También sobrevuelan las lujosas residencias de los ricos y poderosos en Cocody, la superficie de la laguna de Ebrie y la población sureña de Port-Boukt, donde los franceses tienen su guarnición militar. Bajan rápidamente y aterrizan en Abidján. Si por casualidad esto ocurre en las últimas horas de un domingo en la tarde, pasan por encima de los dos o tres mil partidos de fútbol que se juegan en el país. Las calles están llenas de niños. Los jóvenes aguardan con ansias mientras el manto de calor asciende desde esta extensa ciudad de cuatro millones de habitantes en la irregular costa del Atlántico. El partido del día está por comenzar. Se juega en todas partes. Algunas de las canchas tienen dos porterías, otras sólo una. Frecuentemente son arquerías de hockey o pilas de ropa. Los palos de los arcos son ramas, bolsas de basura, toneles vacíos de detergente. El campo de juego no termina en las líneas laterales, sino en los pies de los espectadores. Yopougon podría proceder de una exhibición de fotos de Africa. Sus calles están atestadas de tarantines que venden baterías, esponjas y velas. Hay mercados y vendedores por todas partes. En cada sitio, niños y hombres juegan fútbol. Unas mujeres con batas de colores chillones cruzan los campos de juego con pesadas cargas sobre sus cabezas. Carretas tiradas por burros serpentean por las porterías, y los mercados de cabras se extienden hasta el área de penales. Hay ropa lavada colgando de cuerdas que ondean en el fondo, a un lado de cada casa. Fue en uno de estos laberínticos vecindarios, formados por construcciones de un piso sin ventanas, en una cancha de unos 20 por 30 metros, rodeada de ancianas que tejen, que Didier Zokora _el hombre al que llaman "el Maestro"_ pateó su primer balón de fútbol. El camino correcto Zokora viste la camiseta número cinco de la selección nacional de Costa de Marfil. Ocho años atrás, cuando tenía 17 años, jugó en su primer partido para los "Elefantes". El encuentro _contra Túnez en Abidján_ terminó empatado 22. Zokora salió al campo en el segundo tiempo, y desde entonces rara vez ha estado fuera de la cancha. Hay muchas formas de describir su carrera. Para resumir, es la historia de un chico que venía de la empobrecida zona marginal de una ciudad africana y que alcanzó sus metas gracias a su talento, trabajo duro y fe religiosa. Fue descubierto en las calles donde vivía. Su reputación se propagó rápidamente: primero en su vecindario, luego en Yopougon y poco después en todo campo de fútbol de Abidján. Se unió al ASEC Mimosas, la contrapartida de Africa occidental del Real Madrid. Fue escogido para la selección juvenil del país, viajó con esta escuadra para disputar torneos, lo observaron y lo firmaron. Y en los meses que precedieron a la Copa Mundial de 2006 se desató una guerra de ofertas por él en la que estaban en juego millones de dólares. Para Zokora, pieza clave del St. Etienne, está en juego su ingreso a la Liga de Campeones. Se menciona a los máximos clubes como posibles empleadores: Chelsea, Manchester United, Lyon y AC Milan. Pero su vida ha podido seguir un curso muy distinto. Las cosas han podido ser mucho peores. Mientras esperaba para integrarse a algún equipo europeo seis años atrás, justo en el momento cuando sus mayores sueños se convertían en una realidad, su país comenzó a desmoronarse poco a poco. Pedazo tras pedazo. En 1999, buscadores de talento del club KRC Genk, de la primera división del fútbol belga, vieron a Zokora jugando en un torneo juvenil en Toulon, Francia. Más o menos en la misma época, en Costa de Marfil, el general Robert Guei y parte de su ejército tomaban el poder en un golpe de Estado, lo que ponía fin a 39 años de calma poscolonial. Un año después, Zokora dio el paso decisivo y firmó con Genk. Pese al ambiente frío y poco familiar, logró establecerse en una posición en el centro del mediocampo. Entretanto, en Costa de Marfil, Laurent Gbagbo se proclamó Presidente en unas elecciones fraudulentas. Los nuevos gobernantes luego se dedicaron a poner sus garras sobre la riqueza del país, en particular las ganancias del mayor cultivo de cacao del mundo. Y lanzaron un debate sobre la nacionalidad ivoriana: una semilla de discordia en una tierra en la que 60 grupos étnicos habían vivido antes en armonía. Escapar de la muerte Zokora estuvo en el equipo Genk que ganó el título de la liga belga en 2002. En la Liga de Campeones de Europa, el club fue eliminado en la fase inicial de grupos sin una sola victoria y recibió una goleada 60 del Real Madrid en el proceso. Entretanto, la guerra había estallado en Costa de Marfil. El país quedó dividido en Norte y Sur. Partes del Ejército desertaron y se sumaron a la rebelión en el norte. Las batallas tenían lugar a lo largo de las arbitrarias líneas étnicas y religiosas. Había tiroteos y bombardeos. Y muerte. Al año siguiente, Zokora recibió sus primeras ofertas de clubes franceses: primero Lille, luego Auxerre, Strasbourg y Nantes. Francia, hasta 1960 la potencia colonial en Costa de Marfil, trató de formar un gobierno de "reconciliación nacional". Se hicieron llamados para que las facciones se desarmaran, pero los esfuerzos fueron efímeros. En 2004, el volante firmó un contrato de cinco años con el St. Etienne. Ese mismo año, el gobierno de unidad de Yamoussoukro _la pequeña capital artificial de Costa de Marfil_ se vino abajo. Hubo informes de asesinatos por motivos raciales. Desde abril del año 2005, más de 6.000 cascos azules de la ONU han estado acantonados en el país para separar las regiones en lucha con una zona neutral. Zokora representó a su país en las rondas de calificación para la Copa Mundial en Alemania. Salvo el guardameta, todos los demás jugadores eran exiliados en Europa, cada uno con una fuerte nostalgia por su patria, un país en el que la mayoría había crecido. Sea en el Norte o en el Sur. El equipo representa una mezcla de distintos grupos étnicos y religiones, la cual supera todas las divisiones de la guerra civil. Pero todas las distinciones desaparecían cuando se ganaban batallas en la cancha, y a nadie le importaba quién era "verdadero ivoriano" o quién era "inmigrante". Estaban jugando fútbol. Contra Libia y Egipto en junio de 2004, contra Camerún en julio, contra Sudán en septiembre, contra Benín en octubre. Jugaban bien. Allá en casa eran adorados como dioses. Sin embargo, en cuestión de meses, el conflicto se agudizó. En noviembre de 2004, la Fuerza Aérea realizó incursiones contra objetivos en el norte. En Abidján, milicias leales al Presidente saquearon las agencias de viajes propiedad de extranjeros, las escuelas francesas y los periódicos de la oposición. En 2005, las habilidades de Zokora atrajeron el interés de Mónaco, Lyon y Marsella. La selección nacional se esforzó duramente para que el país clasificara por primera vez para la Copa Mundial: en marzo contra Benín, en junio contra Libia y Egipto. En octubre, las nuevas elecciones ordenadas por la ONU fueron canceladas: Gbagbo, el presidente titular y un déspota corrupto, sencillamente extendió su mandato por decreto. Con su victoria 3-1 sobre Sudán el 8 de octubre, la escuadra ivoriana llegó a Alemania pese a todos los cálculos. "Los Elefantes" viajaron a casa en un avión proporcionado por el Presidente para asistir a un desfile por la victoria. Los nuevos héroes nacionales fueron conducidos al palacio presidencial en autos descapotados, flanqueados por soldados armados con rifles Kaláshnikov, en una procesión que duró horas. Fueron objeto de una regia celebración, recibieron una condecoración como Caballeros de la Orden del Mérito de manos de Gbagbo y a cada uno le prometieron una casa de millones de dólares en Abidján: era su recompensa por clasificar al Mundial. Las afirmaciones de que el deporte y la política no se mezclan suenan vacías en Costa de Marfil. La turbulencia se está propagando a la selección nacional y su juego, un contagio que nunca había sido tan evidente como durante la Copa Africana de Naciones, disputada a comienzos de año. Incluso después de las emocionantes victorias sobre Camerún y Nigeria, un estado de ánimo apesadumbrado se impuso en la sede del equipo, ubicada cerca del aeropuerto de El Cairo. Los jugadores bajaban las escaleras al comedor con caras largas. La causa era "malas noticias de casa", aunque rara vez se relacionaban con sus familias. Se trataba de política, de derramamientos de sangre y de la guerra. El atacante estrella de Chelsea, Didier Drogba, interrumpió una entrevista concedida a la TV italiana cuando comprendió que el periodista no sabía nada sobre la matanza en Costa de Marfil. Y es doblemente difícil ser miembro del equipo nacional hoy en día. En las portadas de las revistas de deportes, Drogba y compañía son presentados como temibles mercenarios, el poder negro del fútbol. Pero cuando las puertas se cierran a sus espaldas y se toman un descanso del entrenamiento, generan facturas telefónicas astronómicas por conversaciones llenas de ansiedad con sus madres, hermanos y hermanas. En la cancha están preocupados, dispersos. Para ellos, no se trata de un juego. Es una misión de paz. Tiempos distintos Didier Zokora tiene ahora 25 años, es delgado, fuerte y posee una contextura mediana; mide 1,65 metros y pesa 72 kilos. Luce más fuerte, incluso dominante, cuando está en la cancha. De cerca, la expresión de Zokora luce distraída y distante. Pero su rostro brilla cuando habla de sus tiempos en el internado, en la academia de fútbol ASEC Mimosas. También describe su llegada a Bélgica. A los 19 años le impresionó cuán diferente lucía Europa de sus sueños durante su niñez, cuán frío era el invierno, sus primeros partidos en Europa. Recuerda cómo los jugadores imitaban monos cuando él tenía el balón. Hoy le resta importancia a todo eso. Pero su risa tiene algo de vacío. La guerra es lo que realmente lo altera. La crisis en casa amarga la dulzura de cada éxito. El conflicto hace que el fútbol parezca trivial e irrelevante, lo que socava la carrera de los jugadores. Todos están varados en el extranjero, como temporadistas que esperan malas noticias de casa. "Costa de Marfil", dice Zokora preocupado, "era un modelo, un faro de esperanza en Africa occidental. Ahora es el niño enfermo del continente: nuestro niño. Es por eso que estamos tan decididos a lograr que se recupere". Hoy, ante Holanda en el Mundial, intentarán poner su grano de arena. Traducción: José Peralta

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