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ULRICH FICHTNER
DER SPIEGEL/EL UNIVERSAL
Los aviones de la ONU pasan volando a lo alto. Las aeronaves
de cuatro motores, cuyo color gris contrasta con el cielo
tropical, planean por encima de los polvorientos mercados
y los barrios marginales de Abobo, en el norte de Costa
de Marfil. También sobrevuelan las lujosas residencias
de los ricos y poderosos en Cocody, la superficie de la
laguna de Ebrie y la población sureña de Port-Boukt,
donde los franceses tienen su guarnición militar. Bajan
rápidamente y aterrizan en Abidján. Si por casualidad
esto ocurre en las últimas horas de un domingo en la
tarde, pasan por encima de los dos o tres mil partidos de
fútbol que se juegan en el país.
Las calles están llenas de niños. Los jóvenes
aguardan con ansias mientras el manto de calor asciende
desde esta extensa ciudad de cuatro millones de habitantes
en la irregular costa del Atlántico. El partido del
día está por comenzar.
Se juega en todas partes. Algunas de las canchas tienen
dos porterías, otras sólo una. Frecuentemente
son arquerías de hockey o pilas de ropa. Los palos
de los arcos son ramas, bolsas de basura, toneles vacíos
de detergente. El campo de juego no termina en las líneas
laterales, sino en los pies de los espectadores.
Yopougon podría proceder de una exhibición
de fotos de Africa. Sus calles están atestadas
de tarantines que venden baterías, esponjas y
velas. Hay mercados y vendedores por todas partes.
En cada sitio, niños y hombres juegan fútbol.
Unas mujeres con batas de colores chillones cruzan
los campos de juego con pesadas cargas sobre sus
cabezas. Carretas tiradas por burros serpentean
por las porterías, y los mercados de cabras
se extienden hasta el área de penales. Hay
ropa lavada colgando de cuerdas que ondean en el
fondo, a un lado de cada casa. Fue en uno de estos
laberínticos vecindarios, formados por construcciones
de un piso sin ventanas, en una cancha de unos 20
por 30 metros, rodeada de ancianas que tejen, que
Didier Zokora _el hombre al que llaman "el Maestro"_
pateó su primer balón de fútbol.
El camino correcto
Zokora viste la camiseta número
cinco de la selección nacional de Costa
de Marfil. Ocho años atrás, cuando
tenía 17 años, jugó en su
primer partido para los "Elefantes". El
encuentro _contra Túnez en Abidján_
terminó empatado 22. Zokora salió
al campo en el segundo tiempo, y desde entonces
rara vez ha estado fuera de la cancha.
Hay muchas formas de describir su carrera.
Para resumir, es la historia de un chico
que venía de la empobrecida zona
marginal de una ciudad africana y que
alcanzó sus metas gracias a su talento,
trabajo duro y fe religiosa. Fue descubierto
en las calles donde vivía. Su reputación
se propagó rápidamente: primero
en su vecindario, luego en Yopougon y
poco después en todo campo de fútbol
de Abidján.
Se unió al ASEC Mimosas, la contrapartida
de Africa occidental del Real Madrid.
Fue escogido para la selección
juvenil del país, viajó con
esta escuadra para disputar torneos,
lo observaron y lo firmaron. Y en los
meses que precedieron a la Copa Mundial
de 2006 se desató una guerra de
ofertas por él en la que estaban
en juego millones de dólares.
Para Zokora, pieza clave del St.
Etienne, está en juego su ingreso
a la Liga de Campeones. Se menciona
a los máximos clubes como posibles
empleadores: Chelsea, Manchester United,
Lyon y AC Milan.
Pero su vida ha podido seguir un
curso muy distinto. Las cosas han
podido ser mucho peores. Mientras
esperaba para integrarse a algún
equipo europeo seis años atrás,
justo en el momento cuando sus mayores
sueños se convertían en
una realidad, su país comenzó
a desmoronarse poco a poco. Pedazo
tras pedazo.
En 1999, buscadores de talento
del club KRC Genk, de la primera
división del fútbol
belga, vieron a Zokora jugando
en un torneo juvenil en Toulon,
Francia. Más o menos en la
misma época, en Costa de
Marfil, el general Robert Guei
y parte de su ejército tomaban
el poder en un golpe de Estado,
lo que ponía fin a 39 años
de calma poscolonial. Un año
después, Zokora dio el paso
decisivo y firmó con Genk.
Pese al ambiente frío
y poco familiar, logró
establecerse en una posición
en el centro del mediocampo.
Entretanto, en Costa de Marfil,
Laurent Gbagbo se proclamó
Presidente en unas elecciones
fraudulentas. Los nuevos gobernantes
luego se dedicaron a poner sus
garras sobre la riqueza del
país, en particular las
ganancias del mayor cultivo
de cacao del mundo. Y lanzaron
un debate sobre la nacionalidad
ivoriana: una semilla de discordia
en una tierra en la que 60 grupos
étnicos habían vivido
antes en armonía.
Escapar de la muerte
Zokora estuvo en
el equipo Genk que ganó
el título de la
liga belga en 2002.
En la Liga de Campeones
de Europa, el club fue
eliminado en la fase
inicial de grupos sin
una sola victoria y
recibió una goleada
60 del Real Madrid en
el proceso. Entretanto,
la guerra había
estallado en Costa de
Marfil. El país
quedó dividido
en Norte y Sur. Partes
del Ejército desertaron
y se sumaron a la rebelión
en el norte. Las batallas
tenían lugar a
lo largo de las arbitrarias
líneas étnicas
y religiosas. Había
tiroteos y bombardeos.
Y muerte.
Al año siguiente,
Zokora recibió
sus primeras ofertas
de clubes franceses:
primero Lille, luego
Auxerre, Strasbourg
y Nantes. Francia,
hasta 1960 la potencia
colonial en Costa
de Marfil, trató
de formar un gobierno
de "reconciliación
nacional". Se hicieron
llamados para que
las facciones se desarmaran,
pero los esfuerzos
fueron efímeros.
En 2004, el volante
firmó un contrato
de cinco años
con el St. Etienne.
Ese mismo año,
el gobierno de unidad
de Yamoussoukro
_la pequeña
capital artificial
de Costa de Marfil_
se vino abajo. Hubo
informes de asesinatos
por motivos raciales.
Desde abril del
año 2005, más
de 6.000 cascos
azules de la ONU
han estado acantonados
en el país
para separar las
regiones en lucha
con una zona neutral.
Zokora representó
a su país
en las rondas
de calificación
para la Copa Mundial
en Alemania. Salvo
el guardameta,
todos los demás
jugadores eran
exiliados en Europa,
cada uno con una
fuerte nostalgia
por su patria,
un país en
el que la mayoría
había crecido.
Sea en el Norte
o en el Sur.
El equipo representa
una mezcla de
distintos grupos
étnicos
y religiones,
la cual supera
todas las divisiones
de la guerra
civil. Pero
todas las distinciones
desaparecían
cuando se ganaban
batallas en
la cancha, y
a nadie le importaba
quién era
"verdadero ivoriano"
o quién
era "inmigrante".
Estaban jugando
fútbol.
Contra Libia
y Egipto en
junio de 2004,
contra Camerún
en julio,
contra Sudán
en septiembre,
contra Benín
en octubre.
Jugaban bien.
Allá
en casa eran
adorados como
dioses. Sin
embargo, en
cuestión
de meses,
el conflicto
se agudizó.
En noviembre
de 2004, la
Fuerza Aérea
realizó
incursiones
contra objetivos
en el norte.
En Abidján,
milicias leales
al Presidente
saquearon
las agencias
de viajes
propiedad
de extranjeros,
las escuelas
francesas
y los periódicos
de la oposición.
En 2005, las
habilidades
de Zokora
atrajeron
el interés
de Mónaco,
Lyon y Marsella.
La selección
nacional se
esforzó
duramente
para que el
país
clasificara
por primera
vez para la
Copa Mundial:
en marzo contra
Benín,
en junio contra
Libia y Egipto.
En octubre,
las nuevas
elecciones
ordenadas
por la ONU
fueron canceladas:
Gbagbo, el
presidente
titular y
un déspota
corrupto,
sencillamente
extendió
su mandato
por decreto.
Con su
victoria
3-1 sobre
Sudán
el 8 de
octubre,
la escuadra
ivoriana
llegó
a Alemania
pese a todos
los cálculos.
"Los
Elefantes"
viajaron
a casa
en un
avión
proporcionado
por el
Presidente
para asistir
a un desfile
por la
victoria.
Los nuevos
héroes
nacionales
fueron
conducidos
al palacio
presidencial
en autos
descapotados,
flanqueados
por soldados
armados
con rifles
Kaláshnikov,
en una
procesión
que duró
horas.
Fueron
objeto
de una
regia
celebración,
recibieron
una condecoración
como Caballeros
de la
Orden
del Mérito
de manos
de Gbagbo
y a cada
uno le
prometieron
una casa
de millones
de dólares
en Abidján:
era su
recompensa
por clasificar
al Mundial.
Las
afirmaciones
de que
el deporte
y la
política
no se
mezclan
suenan
vacías
en Costa
de Marfil.
La turbulencia
se está
propagando
a la
selección
nacional
y su
juego,
un contagio
que
nunca
había
sido
tan
evidente
como
durante
la Copa
Africana
de Naciones,
disputada
a comienzos
de año.
Incluso
después
de
las
emocionantes
victorias
sobre
Camerún
y
Nigeria,
un
estado
de
ánimo
apesadumbrado
se
impuso
en
la
sede
del
equipo,
ubicada
cerca
del
aeropuerto
de
El
Cairo.
Los
jugadores
bajaban
las
escaleras
al
comedor
con
caras
largas.
La
causa
era
"malas
noticias
de
casa",
aunque
rara
vez
se
relacionaban
con
sus
familias.
Se
trataba
de
política,
de
derramamientos
de
sangre
y
de
la
guerra.
El
atacante
estrella
de
Chelsea,
Didier
Drogba,
interrumpió
una
entrevista
concedida
a
la
TV
italiana
cuando
comprendió
que
el
periodista
no
sabía
nada
sobre
la
matanza
en
Costa
de
Marfil.
Y
es
doblemente
difícil
ser
miembro
del
equipo
nacional
hoy
en
día.
En
las
portadas
de
las
revistas
de
deportes,
Drogba
y
compañía
son
presentados
como
temibles
mercenarios,
el
poder
negro
del
fútbol.
Pero
cuando
las
puertas
se
cierran
a
sus
espaldas
y
se
toman
un
descanso
del
entrenamiento,
generan
facturas
telefónicas
astronómicas
por
conversaciones
llenas
de
ansiedad
con
sus
madres,
hermanos
y
hermanas.
En
la
cancha
están
preocupados,
dispersos.
Para
ellos,
no
se
trata
de
un
juego.
Es
una
misión
de
paz.
Tiempos
distintos
Didier
Zokora
tiene
ahora
25
años,
es
delgado,
fuerte
y
posee
una
contextura
mediana;
mide
1,65
metros
y
pesa
72
kilos.
Luce
más
fuerte,
incluso
dominante,
cuando
está
en
la
cancha.
De
cerca,
la
expresión
de
Zokora
luce
distraída
y
distante.
Pero
su
rostro
brilla
cuando
habla
de
sus
tiempos
en
el
internado,
en
la
academia
de
fútbol
ASEC
Mimosas.
También
describe
su
llegada
a
Bélgica.
A
los
19
años
le
impresionó
cuán
diferente
lucía
Europa
de
sus
sueños
durante
su
niñez,
cuán
frío
era
el
invierno,
sus
primeros
partidos
en
Europa.
Recuerda
cómo
los
jugadores
imitaban
monos
cuando
él
tenía
el
balón.
Hoy
le
resta
importancia
a
todo
eso.
Pero
su
risa
tiene
algo
de
vacío.
La
guerra
es
lo
que
realmente
lo
altera.
La
crisis
en
casa
amarga
la
dulzura
de
cada
éxito.
El
conflicto
hace
que
el
fútbol
parezca
trivial
e
irrelevante,
lo
que
socava
la
carrera
de
los
jugadores.
Todos
están
varados
en
el
extranjero,
como
temporadistas
que
esperan
malas
noticias
de
casa.
"Costa
de
Marfil",
dice
Zokora
preocupado,
"era
un
modelo,
un
faro
de
esperanza
en
Africa
occidental.
Ahora
es
el
niño
enfermo
del
continente:
nuestro
niño.
Es
por
eso
que
estamos
tan
decididos
a
lograr
que
se
recupere".
Hoy,
ante
Holanda
en
el
Mundial,
intentarán
poner
su
grano
de
arena.
Traducción:
José
Peralta
de EL UNIVERSAL. Si no lo eres, Regístrate aquí
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