ANA Y. TERAN LARA

EL UNIVERSAL

No hay nada más divertido y emocionante en el mundo que disfrutar de un partido de fútbol en compañía de familiares y seres queridos. Así lo ponen en evidencia los miles y miles de aficionados que asisten a los diferentes estadios de Alemania para acompañar y aupar a sus respectivas selecciones. Y es que definitivamente no existe algo más agradable que cantar un gol de la mano del esposo, o festejar la victoria junto a los hermanos y primos; o por el contrario qué mejor consuelo que contar con el apoyo y los comentarios de papá ante una mala jugada o compartir la frustración de una derrota entre los brazos de mamá. Pintados con los colores nacionales, ataviados con vistosos y elaborados trajes o bien armados con estrambóticos sombreros y accesorios, los invitados a la gran cita mundial celebran los aciertos y equivocaciones de sus equipos como si se tratara de una inmensa familia unida, más que por lazos consanguíneos, por la pasión y el frenesí que despiertan los encuentros. Y aunque los adultos viven la fiebre del deporte rey a su manera y con su propio estilo, sin duda alguna son los más pequeños los que realmente se entretienen y gozan con las incidencias y ocurrencias de los mayores, tanto dentro como fuera del campo, y con su inocencia, picardía y sonrisas transforman a la Copa del Mundo en una verdadera fiesta.