Los ibéricos tuvieron un debut perfecto y no dieron ninguna oportunidad a Ucrania
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JAVIER BRASSESCO
EL UNIVERSAL
Es difícil evitar los superlativos: el debut más
impresionante, la mayor muestra de contundencia, el mejor juego
colectivo, la goleada más abultada, el gol más bonito,
los mejores a balón parado. Todo eso fue España.
La histórica falta de fe que Mundial a Mundial y de
decepción en decepción ha ido tejiendo la selección
española por muchísimos años, fue borrada de
un plumazo con una actuación soberbia ante Ucrania en
un partido en el que el equipo español rozó ese
ideal al que todos están convocados y que muy pocos alcanzan:
la perfección.
Hoy España sueña como muy pocas veces en su historia.
Se decía que este equipo español estaba para grandes
cosas y que tenía un grupo de jugadores que llegaban
a Alemania en su mejor edad. Pero más podía el
escepticismo histórico, el hecho de que siempre la
furia española nacía dulce y envejecía feroz,
buscando alguna excusa para su eliminación: en el Mundial
pasado fue el árbitro, en la Eurocopa el entrenador.
Sólo faltaba echarle la culpa al público o a la
señora que limpia. Esta vez no hubo nada, absolutamente
nada que objetar, y si España sigue jugando así
no tendrá que perder el tiempo, después, buscando
coartadas.
Desde el principio el dominio fue total. El marcador
ya indicaba 2-0 cuando no se cumplían veinte minutos,
y lo normal en estos días es que en situaciones así
se baje el ritmo y la selección ganadora se dedique
a controlar el partido. Pero España no fue mezquina
ni un segundo. Siguió triangulando por el centro
mientras esperaba que por los laterales se escaparan Ramos
o Pernía, ambos excelentes. De esa forma, atacando
siempre, no dejó ninguna opción a Ucrania, que
fue aplastada como nunca en su corta historia.
Aparte de algún tiro de Voronin, la tropa de Blokhin
no mostró nada. Shevchenko estuvo desaparecido
en combate por noventa minutos y terminó impotente,
tirando patadas. El gran mérito de España
es que jamás dejó que ni él ni ningún
ucraniano demostraran lo que podían hacer. Shevchenko
se pareció más a un espantapájaros que
al mejor delantero del mundo. Ramos y Puyol estuvieron
enormes por el lado derecho de la zaga, y por allí
no pasó ni una mosca. Sus rivales no tuvieron más
remedio que lanzar pelotazos mientras esperaban a que
terminara la hora y media de tortura.
Y para rematar la faena, como si tres goles y una
exquisita demostración de buen juego no fueran
suficientes, España metió el cuarto con
una exhibición de juego colectivo que terminó
en lo que hasta ahora es el mejor gol del Mundial:
Puyol robó en la mitad de la cancha, hizo un
giro a lo Zidane, pasó a Torres, quien pasó
a Cesc, quien pasó a Puyol, quien de cabeza pasó
a Torres para que fusilara al pobre Shovkovsky. Era
el éxtasis.
Excelencia en el mediocampo, movilidad y contundencia
en el ataque con aporte constante de los laterales,
defensa granítica y un portero seguro. Nadie
puede pedir más. España sueña, pero
sobre sueña con que todo esto no sea flor de
un día.
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