Sin importar edades, grandes y pequeños se repartieron por la sede de la Hermandad Gallega, en Caracas, para ver el debut de España en el Mundial. Cada quien ligó a su manera, aunque los más pequeños fueron protagonistas.
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(Foto fotos paulo perez zambrano)
JOSE RUBICCO HUERTAS
EL UNIVERSAL
Tres formas de ver el partido, tres maneras de ligar para
tres generaciones.
En la Hermandad Gallega, en Caracas, cada quien tuvo su espacio,
su justa dimensión, aunque al final la celebración
fue colectiva ante la goleada propinada por España ante
una Ucrania inerte.
A pesar de lo mañanero del juego, del convulsionado
tráfico citadino, muchos no quisieron perderse las
incidencias del choque y se acercaron hasta el club para
verlo en grupo. Mucho mejor que en casa.
En el restaurante Opazo, los adulto-contemporáneos
y los jefes de familia, con sus canas, propias del trajinar
de la vida, de los años, eran fieles espectadores
de las pantallas de plasma, pendientes de los detalles
técnicos del juego y hasta sorprendidos con la intensidad
con la que salió el equipo en los minutos iniciales.
Más abajo, en "El Hueco" (así le llaman a
la discoteca), los adolescentes, los jóvenes, disfrutaban
el partido en pantalla gigante, tipo cine, esperando
el primer gol, algunos sentados a los lados, otros cerca
de las mesas de pool.
Pero quienes se robaron el show fueron los más
pequeños, los reyes de la casa. Vaya que sí.
Instalados en una terraza, los estudiantes de primero
a sexto grados hicieron alto en sus labores en el
Colegio Castelao, ubicado en el club y tuvieron sus
dos horas de recreo.
"Qué fino, no tenemos clase de matemáticas
ni de lenguaje", dijo Alan Hernández a uno
de sus compañeritos. Alan, como dato curioso,
es seguidor de Alemania, aunque España no le
disgusta y vio el partido junto a Oswaldo Marrazzo
y Geanpaolo Mezio, descendientes de italianos, quienes
para llevarle la contraria al resto de la concurrencia
se pintaron los colores de la bandera de Ucrania
en la cara. Eran como tres islas contra toda la
chiquillería, que exhibía banderitas de
color amarillo y rojo pintadas en los rostros, franelas
de la selección, gorras y pañoletas en
la cabeza.
Los niños seguían atentos el desarrollo
del encuentro. No importaba qué jugador llevara
la pelota, sólo gritaban y se agitaban cuando
España se iba al ataque, con sus exclamaciones
por el intento estéril de marcar en la portería
rival. Mientras, a un lado, un papá preocupado
daba el tetero a su pequeño bebé, que
estaba trajeado con una minicamiseta del once
ibérico.
Pero la frustración fue pasajera. Vinieron
los goles, uno tras otro y con ellos la alegría.
También, los coros de "1 a 0, 1 a 0, 1
a 0" y luego "2 a 0, 2 a 0...", hasta llegar
la cuarta diana y el fin del partido.
Alan, Oswaldo y Geanpaolo aguantaron el "chaparrón",
las sanas burlas de los otros niños,
mientras jóvenes y adultos se abrazaban.
La Hermandad, al igual que el equipo, fue
una furia española.
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