Brasil venció pero mostró poco y terminó pidiendo el tiempo ante un equipo croata que jugó sin complejos
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JAVIER BRASSESCO
EL UNIVERSAL
Parreira terminó viendo su reloj. No es metáfora:
se cumplía el segundo minuto de descuento y Juan acababa
de despejar de cabeza la última embestida croata cuando
de pronto las cámaras enfocaron al técnico brasileño
y las mil millones de personas que presenciaron el encuentro
vieron a Parreira mirando su reloj, como quien piensa "¿Cuándo
se va a acabar esto?". Esa imagen resumía el partido.
El problema con Brasil es que las exigencias del público
son demasiado altas. No sólo le piden que gane, sino
que además tiene que jugar bien. Y pocas veces como
ayer Brasil ha estado tan lejos de su ideal: Emerson le
dio patadas a todo el que se le paraba cerca, Ronaldo hizo
un disparo en todo el partido y terminó sustituido
por Robinho y abucheado, Adriano se peleó a codazos,
empujones y cabezazos contra unos centrales que no le regalaron
nada, Ronaldinho jugó muy tirado a la banda y no estuvo
a su altura (con genios como él el listón siempre
está demasiado alto) y la defensa demostró que
no es nada del otro mundo.
De ese supernombrado cuadrado mágico sólo apareció
Kaká, quien no sólo hizo el único gol del
partido en una jugada individual, sino que fue por lejos
el más incisivo de su equipo, intentándolo siempre
y provocando peligrosas faltas. Le dio la razón a
Ancelotti, técnico del Milan que afirmó que
él es mejor que Ronaldinho. Y Cafú se la dio
a Parreira cuando decía que su lateral derecho es
todo un portento. ¡Qué manera de correr! El y Kaká
fueron la única arma del arsenal brasileño.
En descargo de Brasil, aparte de la entrega de sus
centrales y la buena colocación y seguridad de
su portero, hay que decir que Croacia le planteó
un partidazo: intentó ahogar a Kaká y Ronaldinho,
ahí donde nace la creación brasileña,
y casi siempre lo consiguió, al punto que los delanteros
del pentacampeón apenas y recibieron pelotas.
Y no aguantó atrás, ni mucho menos, ni
se conformó con ser un mero espectador del asedio
brasileño ni entregó la pelota a su rival.
Croacia le jugó de tú a tú pero le
faltó pegada, pues en los momentos clave (y tuvo
muchos) sus tiros siempre fueron demasiado francos.
Y aquí hay que hacer un paréntesis para
hablar de Prso. Por esa banda izquierda por la que
jugaban él y Babic llegaron casi que todos los
ataques de su equipo. En el minuto 81, nada más
y nada menos, corrió toda la cancha con el balón
pegado a los pies y una vez en el área brasileña,
ya reventado por el esfuerzo, se dio cuenta de que
estaba solo, irremediablemente solo. No se le puede
pedir más empuje y más entrega a un futbolista.
Sí se puede: faltaban dos minutos para el final
cuando Prso, siempre él y sólo él,
logró sacar un centro que Kranjcar terminó
cabeceando por encima del travesaño que defendía
Dida. Una máquina.
Todo el esfuerzo físico y el juego ordenado,
inteligente y sin complejos de Croacia no sirvieron
de nada porque con Brasil siempre se está a
merced de una genialidad individual. Por eso venció
Brasil. Pero lo que se dice convencer, convenció
a muy pocos.
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