Demostró poder de fuego y luego sufrió y controló el partido para derrotar a una cándida Ghana
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JAVIER BRASSESCO
EL UNIVERSAL
Nadie sabe rentabilizar un gol como lo hace Italia. Al pobre
equipo que permita a ese país irse arriba en el marcador
le espera una tarea muy probablemente infructuosa y sin ninguna
duda desesperante: estrellarse una y otra vez contra el muro
transalpino.
Eso le pasó a Ghana, un buen equipo, rápido,
físico y con algunas individualidades, pero debutante
al fin y al cabo. Eran ciento diez goles contra ninguno:
los que ha metido ese triple campeón contra los que
han anotado los africanos en la historia mundialista. Y
eso es un abismo, un abismo que no es fácil saltar,
no importa lo rápido que corras.
Al principio, parecía que la balanza se podría
inclinar hacia cualquier lado, y el primer tiempo fue
de locura, algo muy extraño si se pensaba que uno
de los dos equipos era italiano. No hubo catenaccio en
los primeros cuarenta y cinco minutos y sí un despliegue
de calidad por parte de ambos. Maldini ya es parte de
la historia, y Zambrotta está lesionado, así
que el lateral izquierdo le tocó defenderlo a Fabio
Grosso, que olvidó su función primordial y se
proyectó al ataque con un descaro que le agradecieron
todos los amantes del buen fútbol. Pero el que sube
tiene que bajar, y allí pecó Grosso, cuyas ausencias
y llegadas a destiempo fueron aprovechadas por Pantsil,
lateral tanto o más ofensivo que él. Se había
hablado de Essien, de Appiah, de Koffour, pero nadie había
dicho nada de este central convertido en lateral derecho
que juega en Israel. Y él, sobre todo él, dejó
claro al mundo que el cuchillo de Ghana estaba afilado.
El juego fue así, un ir y venir: Toni, que demostró
por qué anotó más goles que nadie en
la liga italiana en 47 años, la estrelló del
palo, buscó siempre el arco rival y le dio al central
Mensah el día más duro de su vida. Por Ghana
la tuvo Pappoe tras una subida de Pantsil, pero a cinco
metros de la portería, solo y con todo el tiempo
del mundo, remató como el defensor que es: tres
metros por encima de Buffon. Además, la defensa
italiana demostró que no es sólo mito: Nesta
y Cannavaro fueron otra vez todos unos generales. En
ese toma y dame llegó el gol de Pirlo, ya hacia
el final del primer tiempo. Previsiblemente, la balanza
se inclinaba hacia el equipo con más oficio.
Empezaba el segundo y ya Lippi hizo un cambio que
era toda una declaración de principios: fuera
Totti, adentro Camoranesi. Italia replegaba sus líneas,
había llegado la hora de aguantar. Italia estuvo
a punto de pagar cara la fidelidad a su estilo, y
en dos ocasiones el árbitro prefirió hacerse
el loco en dos jugadas muy dudosas en su área
chica. Pero bueno, ellos están ahí para
sufrir, no para divertirse.
Cuando Ghana buscaba el gol con más ahínco,
fue víctima de su candidez de debutante. Koffour,
el gran central del Roma, cometió un error
de aficionado y le dio la pelota a Iaquinta, quien
sin problemas batió a Kingston. Ya no había
nada que hacer, Kuffour le había partido el
alma a su equipo. Italia, otra vez, hizo lo que
tenía que hacer y cuando lo tenía que
hacer. Eso se llama estilo, y esa fue la diferencia.
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