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(Foto Vicente Correale)
MARIA JOSE REY PALERMO
EL UNIVERSAL
El Instituto Goethe de Caracas fue un verdadero punto de
encuentro para fanáticos del fútbol venidos de todas
partes. Abarrotado de gente en todos sus rincones, hasta el
punto de que sólo el metro a las cinco de la tarde estaría
más lleno que el recinto de la cultura alemana de San Bernardino.
Los aficionados se reunieron en familia, niños y adolescentes
salidos del colegio, trabajadores que se tomaron puntual la
hora de almuerzo, junto al embajador de Alemania en Venezuela,
Hermann Erath, quien fue el principal anfitrión y entre
los asistentes uno de los más efusivos.
El nerviosismo y la tensión del primer partido cedió
pronto cuando las gargantas, contraídas hasta el primer
gol alemán, dieron rienda suelta a la alegría:
¡Tooorrr! o ¡Gooolll! retumbó en todas partes.
El instituto estaba dividido en dos ambientes, el teatro
donde los fanáticos veían el partido como en
el cine, y la terraza donde se podía comer salchichas
y beber cerveza para sentirse más cerca de Alemania.
En el descanso del partido se abrieron las apuestas
personales: "habrá dos goles más" y algunas
predicciones en alemán difíciles de descifrar.
Y aunque la angustia llegó a asomarse cuando
Costa Rica metió el segundo tanto, los asistentes
disfrutaban que el choque tuviera tantos goles. El
favorito fue el de Torsten Frings desde fuera del
área, el grito fue sostenido y todos estuvieron
de acuerdo en sentenciar que fue: "¡un golazo!
El instituto se convirtió en una reunión
entre amigos, que cumplió con el lema del Mundial.
Pero la invitación a la fiesta no terminó
con el encuentro, pues la fiebre del fútbol
continuaba con el partido entre Ecuador y Polonia
que también podía verse allí. En
San Bernardino hay una casa abierta con la promesa
de que todos son bienvenidos.
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