CARACAS, sábado 10 de junio, 2006 | Actualizado hace
ANTONIO CASTILLO
La verdad no estoy al tanto de cómo estaba el resto
de la ciudad en horas del mediodía de ayer, pero en los
negocios de la Candelaria no cabía un alma. Afuera los
buhoneros trataban de vender sus productos, pero los pocos
transeúntes ni siquiera miraban los tarantines atiborrados
de discos quemados, pilas, películas copiadas, franelas
y pare usted de contar. La idea era llegar lo más rápidamente
posible hasta la pantalla del televisor para ver el partido
inaugural.
Hasta los indigentes que pululan por el lugar desaparecieron
como por arte de magia, aunque la verdad es que la magia del
Mundial los desapareció cual David Coperfield.
En fin, a duras penas me pude colocar en la barra y luego
de 46 minutos _el tiempo exacto que duró el primer
período entre alemanes y costarricenses_ fue que el
mesonero se enteró que yo estaba allí. De hecho
me preguntó que cuándo había llegado. Le
pedí casi a gritos unos callos con arroz y una Cocacola
light en medio de esa vorágine de comentaristas que
con autoridad trataban de imponer sus diferentes criterios
futbolísticos.
Cuando empezó el segundo tiempo pensé: "me
fregué, hoy no almuerzo". Sin embargo, no me fue
tan mal. Adolfo me trajo un pabellón con una cerveza,
los cuales apuré sin miramientos en medio de los
frenéticos gritos de ¡goool!
Era tal el despelote, que nadie me echó de menos
cuando me retiré del local, ni siquiera el comensal
que pidió pabellón y terminó comiéndose
mis callos con arroz.
Antonio Castillo4
DIARIO