Comidas, zapatos, gestos y un sinfín de pequeños trucos para que la suerte sea favorable y el gol llegue a la portería contraria. No importa el año en el que sucedieron las anécdotas ni la nacionalidad de quién las protagonizó, los futbolistas se han convertido en auténticos supersticiosos.

El Mundial de Alemania servirá para comprobar algunas de ellas como la necesidad de saltar de último al campo, pisarlo con determinado pie, o llevar debajo de la camiseta oficial otra más original.

Los brasileños Ronaldo y Roberto Carlos, por poner un ejemplo, saltan al terreno pisando con el pie derecho, y en México las invocaciones tienen marcado carácter religioso y así muchos jugadores llevan debajo de la camiseta del equipo otra con la imagen de la Guadalupe. Hay otros que se encomiendan a prendas que cargan consigo, como lo hace el español Raúl cada vez que anota un gol, quien lo celebra besando su anillo de casado.

Los zapatos de los jugadores son uno de los objetos que más atención y superchería concentran. El jugador inglés David Beckham lleva grabados en sus zapatos los nombres de sus tres hijos: Brooklyn, Romeo y Cruz. Su compañero de equipo en el Madrid, Raúl, no sale al campo si no son rojos.

Algunas supersticiones son compartidas por muchos futbolistas, como colocarse siempre en el mismo lugar cuando posan para los fotógrafos.

Los entrenadores también aplican sus manías. El técnico de la selección portuguesa, el brasileño Luiz Felipe Scolari, no sale al campo si no es con una imagen de una virgen, que él afirma le trae suerte. "Me trajeron a Nuestra Señora del Caravaggio, no marca goles, pero me da tranquilidad", dijo en cierta ocasión.

El centrocampista portugués Cristiano Ronaldo, no se quita sus pendientes de la suerte, y para evitar un posible desgarre en el lóbulo, se los tapa con un esparadrapo.

Un conocido supersticioso es Mario Lobo Zagallo, quien logró el Campeonato Mundial como jugador y luego como técnico y que hoy es asistente de los pentacampeones. Zagallo declaró antes enfrentar a Inglaterra en cuartos de final de Corea de 2002 que ese país siempre le da suerte a Brasil, y que si le ganaban serían campeones. Dicho y hecho.